Artículo completo de la Revue Spirite 4º. Año, nº 12, diciembre 1861 cuyo extracto aparecía en la última Revista Espírita de la FEE.
Organización del Espiritismo
Hasta el presente, los Espíritas, aunque son muy numerosos, han estado diseminados por todos los países. No está ahí una de las características menos notables de la Doctrina Espírita. Como una semilla llevada por los vientos, la Doctrina Espírita ha echado raíces en todos los puntos del globo, prueba evidente de que su propagación no es el efecto ni de un grupo específico ni de una influencia local y personal. Inicialmente aislados, hoy en día los adeptos están completamente sorprendidos de encontrarse en cantidad; y como la semejanza de ideas inspira el deseo de acercamiento, buscan reunirse y fundar Sociedades. Por eso, de todas partes, las personas nos solicitan instrucciones bajo ese aspecto, manifestándonos el deseo de unirse a la Sociedad central de París. Por lo tanto, ha llegado el momento de ocuparse de lo que se puede llamar la organización del Espiritismo. El Libro de los Médiums (segunda edición) contiene, sobre la formación de las Sociedades espíritas, observaciones importantes, a las que nos remitimos y sobre las que rogamos meditar con cuidado. La experiencia viene a confirmar, cada día, la exactitud de esas observaciones. Las recordaremos sucintamente, añadiendo instrucciones más detalladas.
2. Hablemos, inicialmente, de los adeptos que todavía se encuentran aislados en medio de una población hostil o ignorante con relación a las ideas nuevas. Diariamente, recibimos cartas de personas que están en esa situación y que nos preguntan qué pueden hacer ante la ausencia de médiums y de partidarios del Espiritismo. Están en la misma situación en la que se encontraban, hace apenas un año, los primeros Espíritas de los centros más numerosos hoy en día. Poco a poco, los adeptos se han multiplicado; hay determinada ciudad donde se contaban recientemente por unidades escasas, y ahora son centenares y millares. Pronto sucederá lo mismo en todos los lugares: es cuestión de paciencia. En cuanto a lo que tienen que hacer, es muy simple. En primer lugar, pueden trabajar por su propia cuenta, profundizarse en la Doctrina por la lectura y la meditación de las obras especializadas. Cuanto más la profundicen, más descubrirán, en la Doctrina, las verdades consoladoras confirmadas por la razón. En ese aislamiento, deben considerarse felices por haber sido los primeros favorecidos. Sin embargo, si se limitaran a extraer de la Doctrina una satisfacción personal, sería una especie de egoísmo. Debido a su propia posición, tienen una hermosa e importante misión que cumplir: la de difundir la luz alrededor de ellos. Aquellos que acepten esta misión sin ser detenidos por las dificultades serán grandemente recompensados por el éxito y por la satisfacción de haber hecho algo útil. Sin duda, encontrarán oposición. Estarán expuestos a las burlas y a los sarcasmos de los incrédulos, a la propia malevolencia de las personas interesadas en combatir la Doctrina: ¿pero dónde estaría el mérito si no hubiera ningún obstáculo que vencer? Ahora bien, para aquellos que son detenidos por el temor pueril del «qué dirán», no tenemos nada que decirles, ningún consejo que darles. Pero a aquellos que tienen el valor de su opinión, que están por encima de las mezquinas consideraciones mundanas, les diremos que lo que tienen que hacer se limita a hablar abiertamente del Espiritismo, sin afectación, como algo completamente simple y natural, sin predicarlo y, sobre todo, sin buscar ni forzar las convicciones, ni hacer prosélitos. El Espiritismo no debe imponerse; se viene a él porque se lo necesita, y porque él da lo que las otras filosofías no dan. Es conveniente, incluso, no dar ninguna explicación a los incrédulos obstinados: sería darles demasiada importancia y hacerles creer que se depende de ellos. Los esfuerzos que se hacen para atraerlos los alejan y, por amor propio, se endurecen en su oposición. Es por eso que es inútil perder tiempo con ellos. Cuando la necesidad se haga sentir, vendrán por sí mismos. Mientras tanto, se debe dejar que se complazcan tranquilos en su escepticismo, que, creed bien, les abruma más frecuentemente de lo que desean hacer notar; pues, por más que los incrédulos digan lo contrario, la idea de la nada después de la muerte tiene algo más espantoso, más desconsolador que la propia muerte.
Sin embargo, al lado de los burlones, se encontrarán personas que preguntarán: «¿Qué es eso?» Apresuraos, entonces, a satisfacerlas, al proporcionar vuestras explicaciones según la naturaleza de las disposiciones que encontraréis en ellas. Cuando se habla del Espiritismo en general, se debe considerar las palabras que se pronuncian como semillas lanzadas en el aire: entre las semillas, muchas caen sobre las piedras y nada producen; pero si solamente hubiere una única que cayera sobre la tierra fértil, consideraos felices; cultivadla, y estad seguros de que esa planta, al fructificar, tendrá retoños. Para algunos adeptos, la dificultad está en contestar a ciertas objeciones. La lectura atenta de las obras les ofrecerá los medios para eso; sin embargo, podrán valerse, para ese efecto, sobre todo, de la publicación que haremos con el título de: Refutación de las críticas en contra del Espiritismo desde el punto de vista materialista, científico y religioso.
3. Hablemos ahora de la organización del Espiritismo en los centros ya numerosos. El incremento incesante de los adeptos demuestra la imposibilidad material de constituir, en una ciudad, y sobre todo en una ciudad populosa, una Sociedad única. Además del número, hay la dificultad de las distancias, que es un obstáculo para muchos. Por otro lado, está reconocido que las grandes reuniones son menos favorables a las comunicaciones elevadas, y que las mejores se obtienen en los grupos pequeños. Por lo tanto, debemos concentrarnos en multiplicar los grupos particulares. Ahora bien, como lo hemos dicho, veinte grupos de quince a veinte personas obtendrán más y harán más por la propaganda que una Sociedad única de cuatrocientos miembros. Los grupos se forman naturalmente por la afinidad de gustos, de sentimientos, de costumbres y de posición social. Todas las personas se conocen allí y, como son reuniones privadas, uno tiene libertad en cuanto al número y a la selección de aquellos que se admiten en el grupo.
4. El sistema de la multiplicación de los grupos también tiene como resultado, como lo hemos dicho en varias ocasiones, impedir los conflictos y las rivalidades de supremacía y de presidencia. Cada grupo es naturalmente dirigido por el dueño de la casa, o por aquel que es designado para ese efecto. No hay presidente oficial, propiamente hablando, pues todo pasa en familia. El dueño de la casa, al ser el anfitrión, tiene toda la autoridad para el mantenimiento del buen orden. Con una Sociedad propiamente dicha, son necesarios un local especial, un personal administrativo, un presupuesto, en suma, una complejidad de engranajes que la mala voluntad de algunos disidentes malintencionados podría comprometer.
5. A esas consideraciones, largamente desarrolladas en el Libro de los Médiums, les añadiremos una que es preponderante. El Espiritismo todavía no es visto con buenos ojos por todo el mundo. Dentro de poco, se comprenderá que sólo tiene que haber interés en favorecer una creencia que vuelve mejores a las personas, y que es una garantía de orden social, pero, hasta que se esté bien convencido de su buena influencia sobre la mentalidad de las masas y de sus efectos moralizadores, los adeptos deben esperar que se les susciten trabas, sea por la ignorancia del verdadero objetivo de la Doctrina, sea por interés personal. No solamente se burlarán de los adeptos, sino también, cuando se vea desafilar el arma del ridículo, se los calumniará. Se los acusará de locura, de charlatanería, de irreligión, de hechicería, a fin de amotinar el fanatismo en contra de ellos. ¡De locura! Sublime locura que hace creer en Dios y en el porvenir del alma. Para aquellos que no creen en nada, es, en efecto, una locura creer en la comunicación entre los muertos y los vivos; locura que da la vuelta al mundo y alcanza a las personas más eminentes. ¡De charlatanería! Los adeptos tienen una respuesta perentoria: el desinterés, pues la charlatanería jamás es desinteresada. ¡De irreligión! Aquellos que, desde que son Espíritas, son más religiosos que antes. ¡De hechicería y de trato con el diablo! Aquellos que niegan la existencia del diablo y reconocen sólo a Dios como el único maestro todopoderoso, soberanamente justo y bueno; ¡singulares hechiceros, que renegarían de su maestro y actuarían en nombre de su antagonista! En realidad, el diablo no debería estar muy contento con sus adeptos. Pero las buenas razones son la menor de las preocupaciones de aquellos que quieren buscar pelea. Cuando quieren matar a su perro, dicen que está rabioso. Afortunadamente, la Edad Media lanza sus últimas y pálidas luces sobre nuestro siglo. Como el Espiritismo viene a darle el golpe de gracia, no es sorprendente verla intentar un supremo esfuerzo; pero estemos tranquilos, la lucha no será larga. No obstante, que la certidumbre de la victoria no se vuelva imprudencia, pues una imprudencia podría, si no comprometer, por lo menos retardar el éxito. Por esos motivos, la constitución de Sociedades numerosas encontraría, tal vez, obstáculos en ciertas localidades, mientras que no podría suceder lo mismo con las reuniones familiares.
6. Añadamos una consideración más. Las Sociedades propiamente dichas están sujetas a numerosas vicisitudes. Mil causas que dependen o no de la voluntad de las Sociedades pueden llevarlas a la disolución. Supongamos, pues, que una Sociedad espírita haya reunido a todos los adeptos de una misma ciudad, y que, por una circunstancia cualquiera, cese de existir; he aquí los miembros dispersados y desorientados. Ahora, supongamos que, en lugar de eso, haya cincuenta grupos, si desaparecen algunos, siempre quedará algo y se formarán otros. Son como plantas vivaces que, a pesar de todo, renacen. No tengáis, en un campo, solamente un gran árbol; el rayo puede destruirlo. Tened cien; el mismo golpe no podría alcanzarlos a todos, y cuantos más pequeños sean, menos estarán expuestos.
Por lo tanto, todo milita en favor del sistema que proponemos. Cuando un primer grupo fundado en algún lugar se vuelve demasiado numeroso, que haga como las abejas: que los enjambres salidos de la colmena madre vayan a fundar nuevas colmenas que, a su vez, formarán otras. Habrá muchos centros de acción irradiando en sus círculos respectivos, y serán más poderosos para la propaganda que una Sociedad única.
7. Siendo admitida, en principio, la formación de los grupos, resta examinar varias cuestiones importantes. La primera de todas es la uniformidad en la Doctrina. Esta uniformidad no estaría mejor garantizada por una Sociedad compacta, ya que los disidentes tendrían siempre la facilidad de retirarse y de hacer un grupo aparte. Sea la Sociedad una o esté fraccionada, la uniformidad será la consecuencia natural de la unidad de la base que los grupos adopten. Será completa entre todos aquellos que sigan la línea trazada por el Libro de los Espíritus y el Libro de los Médiums: el uno contiene los principios de la filosofía de la Ciencia; el otro, las reglas de la parte experimental y práctica. Esas obras están escritas con suficiente claridad para no dar lugar a interpretaciones divergentes, condición esencial a toda nueva doctrina.
Hasta el presente, esas obras han servido como reguladores para la inmensa mayoría de los Espíritas y, en todos los lugares, son acogidas con una simpatía inequívoca. Aquellos que han deseado apartarse de ellas han podido reconocer, por su aislamiento y por el número decreciente de sus partidarios, que no tenían a su favor la opinión general. Ese consentimiento dado por el mayor número tiene un gran peso. Es un juicio del que no se podría sospechar de influencia personal, ya que es espontáneo y es pronunciado por millares de personas que nos son completamente desconocidas. Una prueba de ese consentimiento es que se nos ha solicitado traducir esas obras a diversas lenguas: al español, al inglés, al portugués, al alemán, al italiano, al polaco, al ruso y hasta a la lengua tártara. Podemos, pues, sin pretensión, recomendar el estudio y la práctica de esas obras a las varias reuniones espíritas, y eso con tanta más razón porque son las únicas, hasta el presente, en las que la Ciencia es tratada de una manera completa. Todas aquellas que han sido publicadas sobre la materia sólo han tocado en algunos puntos aislados la cuestión. Por lo demás, no tenemos, en absoluto, la pretensión de imponer nuestras ideas. Las emitimos, como es nuestro derecho; aquellos a quienes ellas convienen las adoptan; los otros las rechazan, como también es su derecho. Las instrucciones que damos son, pues, naturalmente, para aquellos que caminan con nosotros, que nos honran con el título de su líder espírita. No pretendemos, de ninguna manera, reglamentar a aquellos que quieren seguir otra vía. Ofrecemos la Doctrina que profesamos a la apreciación general. Ahora bien, hemos encontrado a suficientes partidarios para darnos confianza y consolarnos de algunas disidencias aisladas. El porvenir, además, será el juez en última instancia. Con los hombres actuales, desaparecerán, inevitablemente, las susceptibilidades de amor propio herido, las causas de celos, de ambición, de expectativas materiales decepcionadas. Al ya no ver a las personas, sólo se verá la Doctrina, y el juicio será más imparcial. ¿Cuáles son las ideas nuevas que, en su aparición, no han tenido sus contradictores más o menos interesados? ¿Cuáles son los propagadores de esas ideas que no han sido expuestos a las saetas de la envidia, sobre todo si el éxito corona sus esfuerzos? Pero volvamos a nuestro tema.
8. El segundo punto es la constitución de los grupos. Una de las primeras condiciones es la homogeneidad, sin la cual no podría haber comunión de pensamientos. Una reunión no puede ser ni estable ni seria si no hay afinidad entre aquellos que la componen, y no puede haber afinidad entre personas que tienen ideas divergentes y que se hacen una oposición sorda, si no es abierta. Lejos de nosotros decir, con eso, que se deba sofocar la discusión, ya que, al contrario, recomendamos el examen escrupuloso de todas las comunicaciones y de todos los fenómenos. Está, pues, bien entendido que cada uno puede y debe emitir su opinión, pero hay personas que discuten para imponer su opinión y no para esclarecerse. Es contra el espíritu de oposición sistemática que nos levantamos; contra las ideas preconcebidas que no ceden incluso ante la evidencia. Tales personas son, indudablemente, una causa de confusión que se debe evitar. Las reuniones espíritas están, bajo ese aspecto, en condiciones excepcionales: lo que requieren, por encima de todo, es el recogimiento. Ahora bien, ¿cómo estar recogido si se está, a cada instante, distraído por una polémica acrimoniosa; si reina, entre los asistentes, un sentimiento de aspereza, y cuando se siente, alrededor de sí, a seres que se saben hostiles, en el rostro de quienes se leen el sarcasmo y el desdén por todo lo que no está completamente conforme a su opinión?
9. Hemos trazado, en el Libro de los Médiums (número 28), la característica de las principales variedades de Espíritas. Como es importante esa distinción para el tema que nos ocupa, pensamos que debemos recordarla.
Se puede poner, en primer lugar, a aquellos que creen, pura y simplemente, en las manifestaciones. Para ellos, el Espiritismo es solamente una ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos; la filosofía y la moral son accesorios, por las que se preocupan poco, o de las que no sospechan el alcance. Los llamamos Espíritas experimentadores.
Vienen, después, aquellos que ven, en el Espiritismo, algo más allá de los hechos. Comprenden su alcance filosófico, admiran la moral que deriva del Espiritismo, pero no la practican. Se extasían ante las bellas comunicaciones, como ante un elocuente sermón que se escucha sin sacar provecho. La influencia sobre el carácter de esas personas es insignificante o nula. Nada cambian en sus costumbres y no se privarían de un solo disfrute: el avaro es siempre mezquino; el orgulloso, siempre lleno de sí mismo; el envidioso y el celoso, siempre hostiles. Para ellos, la caridad cristiana sólo es una bella máxima, y, en su estima, los bienes de este mundo predominan sobre los del porvenir. Son los espíritas imperfectos.
Al lado de éstos, hay otros, más numerosos de lo que se cree, que no se limitan a admirar la moral espírita, sino también la practican y aceptan, para sí mismos, todas sus consecuencias. Convencidos de que la existencia terrestre es una prueba pasajera, tratan de aprovechar esos cortos instantes para avanzar en la vía del progreso, esforzándose en hacer el bien y reprimir sus malas inclinaciones. Las relaciones con esas personas son siempre confiables, pues su convicción las aleja de todo pensamiento del mal. La caridad es, en todas las cosas, la regla de su conducta. Son los verdaderos Espíritas, o mejor, los Espíritas cristianos.
10. Si se ha comprendido bien lo que precede, se comprenderá también que un grupo exclusivamente formado de elementos de esta última categoría estaría en las mejores condiciones, pues es solamente entre personas que practican la ley de amor y de caridad que un vínculo fraternal serio puede establecerse. Entre personas para quienes la moral es sólo una teoría, la unión no podría ser duradera. Como no imponen ningún freno a su orgullo, a su ambición, a su vanidad, a su egoísmo, tampoco lo impondrán a sus palabras. Desearán primar cuando deberían rebajarse. Se irritarán con las contradicciones y no tendrán ningún escrúpulo en sembrar la confusión y la discordia. Entre verdaderos Espíritas, al contrario, reina un sentimiento de confianza y de benevolencia recíproca. Uno se siente a gusto en este medio afín, mientras que hay opresión y ansiedad en un medio mezclado.
11. Eso está en la naturaleza de las cosas, y no inventamos nada en relación a ese tema. ¿Resulta de eso que, en la formación de los grupos, se debe exigir la perfección? Sería completamente absurdo, porque sería querer lo imposible y, en este caso, nadie podría pretender hacer parte de los grupos. El Espiritismo, al tener por objetivo el mejoramiento de las personas, no viene a buscar a aquellas que son perfectas, sino a aquellas que se esfuerzan en volverse perfectas, al poner en práctica la enseñanza de los Espíritus. El verdadero Espírita no es aquel que llegó al objetivo, sino aquel que desea seriamente alcanzarlo. Cualesquiera que sean, pues, sus antecedentes, es buen Espírita desde el momento en el cual reconoce sus imperfecciones y es sincero y perseverante en su deseo de enmendarse. El Espiritismo es, para él, una verdadera regeneración, pues rompe con su pasado. Indulgente hacia los otros, como desearía que se fuera hacia él, no saldrá de su boca ninguna palabra malévola ni hiriente contra nadie. Aquel que, en una reunión, se apartara de las reglas de convivencia social demostraría no solamente una falta de educación y de urbanidad, sino también una ausencia de caridad. Aquel que se hiriera con la contradicción y pretendiera imponer su persona o sus ideas daría prueba de orgullo. Ahora bien, ni uno ni otro estarían en la vía del verdadero Espiritismo, es decir, del Espiritismo cristiano. Aquel que cree tener una opinión más justa que los otros la hará aceptar mucho mejor por la dulzura y la persuasión. La acrimonia sería, de su parte, un pésimo cálculo.
12. La simple lógica demuestra, pues, a quienquiera que conozca las leyes del Espiritismo cuáles son los mejores elementos para la composición de los grupos verdaderamente serios, y no vacilamos en decir que son aquellos que tienen la influencia más grande sobre la propagación de la Doctrina. Por la consideración que imponen, por el ejemplo que dan de sus consecuencias morales, demuestran la seriedad de la Doctrina e imponen silencio a la burla, que, cuando ataca al bien, es más que ridícula: es odiosa. ¿Pero qué queréis que piense un crítico incrédulo cuando asiste a experimentos en los que los asistentes son los primeros en tratar un tema serio con ligereza? Él sale un poco más incrédulo de lo que era cuando había entrado.
13. Acabamos de indicar la mejor composición de los grupos; pero la perfección no es más posible en los conjuntos que en los individuos. Indicamos el objetivo, y decimos que cuanto más se aproxima a él, más satisfactorios son los resultados. Algunas veces, uno está dominado por las circunstancias, pero se debe tener todo el cuidado para eludir los obstáculos. Desafortunadamente, cuando uno crea un grupo, es poco riguroso sobre la selección de las personas, porque quiere, ante todo, formar un núcleo. En la mayoría de las veces, para ser admitido, basta un simple deseo, o una adhesión cualquiera a las ideas más generales del Espiritismo. Más tarde, uno percibe que se han dado demasiadas facilidades.
14. En un grupo, hay siempre un elemento estable y un elemento fluctuante. El primero se compone de las personas constantes que forman la base; el segundo, de aquellas que sólo son admitidas temporaria y accidentalmente. Es a la composición del elemento estable que le es esencial fijar una atención escrupulosa, y, en ese caso, no se debe vacilar en sacrificar la cantidad por la calidad, pues es ese elemento el que da el impulso y sirve de regulador. El elemento fluctuante es menos importante, porque uno está siempre libre para cambiarlo según su voluntad. No se debe perder de vista que las reuniones espíritas, así como todas las demás reuniones en general, extraen las fuentes de su vitalidad de la base sobre la que están asentadas. Todo depende, bajo ese aspecto, del punto de partida. Aquel que tiene la intención de organizar un grupo en buenas condiciones debe, ante todo, asegurarse de la colaboración de algunos adeptos sinceros, que toman en serio la Doctrina, y cuyo carácter conciliador y benevolente sea conocido. Al estar formado ese núcleo, aunque sea de tres o cuatro personas, se establecerán reglas precisas, ya para las admisiones, ya para la conducción de las sesiones y el orden de los trabajos, reglas a las que los nuevos miembros estarán obligados a ajustarse. Esas reglas pueden sufrir modificaciones según las circunstancias, pero hay algunas de ellas que son esenciales.
15. Al ser la unidad de principio uno de los puntos importantes, esa unidad no puede existir entre aquellos que, al no haber estudiado, no pueden formarse una opinión. La primera condición a imponer, si uno no quiere estar a cada instante distraído por objeciones o por cuestiones inútiles, es el estudio previo. La segunda es una profesión de fe categórica, y una adhesión formal a la Doctrina de El Libro de los Espíritus, y otras condiciones especiales que se juzguen convenientes. Eso es para los miembros titulares y dirigentes. Para los asistentes, que vienen generalmente para adquirir un incremento de conocimientos y de convicción, se puede ser menos riguroso. Sin embargo, como hay entre ellos quienes podrían causar perturbación por medio de observaciones inoportunas, es importante asegurarse de sus intenciones. Se debe, sobre todo, y sin excepción, apartar a los curiosos y a quienquiera que sólo esté atraído por un motivo frívolo.
16. El orden y la regularidad de los trabajos son cosas igualmente esenciales. Consideramos eminentemente útil abrir cada sesión con la lectura de algunos tramos de El Libro de los Médiumsy de El Libro de los Espíritus. Por ese medio, se tendrán siempre presentes, en la memoria, los principios de la Ciencia y los medios para evitar los escollos que se encuentran, a cada paso, en la práctica. La atención se fijará, así, sobre una multitud de puntos que escapan frecuentemente a una lectura particular, y podrán dar lugar a comentarios y a discusiones instructivas, de las que los propios Espíritus podrán tomar parte.
No es menos necesario reunir y pasar a limpio, por orden de fecha, todas las comunicaciones obtenidas, con la indicación del médium que ha servido de intermediario. Esa última mención es útil para el estudio del tipo de facultad de cada uno. Pero sucede frecuentemente que se pierden de vista esas comunicaciones, que se vuelven, así, letras muertas. Eso desanima a los Espíritus que las habían dado para la instrucción de los asistentes. Es, pues, esencial hacer una selección especial de las más instructivas y realizar, de tiempo en tiempo, una nueva lectura de ellas. Esas comunicaciones son, frecuentemente, de interés general, y no son dadas por los Espíritus para la instrucción de solamente algunos ni para ser ocultadas en los archivos. Por lo tanto, es útil que sean llevadas al conocimiento de todos por medio de la publicidad. Examinaremos esta cuestión en un artículo de nuestro próximo número, indicando el modo más simple, más económico y, al mismo tiempo, más apropiado para alcanzar el objetivo.
17. Como se ve, nuestras instrucciones se dirigen exclusivamente a los grupos formados de elementos serios y homogéneos; a aquellos que quieren seguir la ruta del Espiritismo moral para el progreso de cada uno, objetivo esencial y único de la Doctrina; a aquellos, en fin, que desean aceptarnos como guía y tener en cuenta los consejos de nuestra experiencia. Es indudable que un grupo formado en base a las condiciones que hemos indicado funcionará con regularidad, sin trabas, y de una manera fructífera. Lo que un grupo puede hacer, otros pueden hacerlo igualmente. Supongamos, pues, en una ciudad, un número determinado de grupos constituidos sobre las mismas bases, habrá entre ellos necesariamente unidad de principios, ya que siguen la misma bandera; unión afín, ya que tienen, como máxima, amor y caridad; en suma, son miembros de una misma familia, entre los que no podría haber ni competencia, ni rivalidad de amor propio, si están todos animados de idénticos sentimientos para el bien.
18. Sería útil, sin embargo, que hubiera entre ellos un punto de concentración, un centro de acción. Según las circunstancias y las localidades, los diversos grupos, al poner de lado toda cuestión personal, podrían designar para el efecto a aquella persona que, por su posición y su importancia relativa, sería la más apta para darle al Espiritismo un impulso saludable. Ahora bien, en caso de necesidad y si es menester manejar susceptibilidades, un grupo central, formado de delegados de todos los grupos, tomaría el nombre de grupo director. En la imposibilidad que tenemos de mantener correspondencia con todos, es con este grupo con el que tendríamos las relaciones más directas. En ciertos casos, podremos, igualmente, designar a una persona encargada específicamente de representarnos.
Sin perjuicio de las relaciones que se establecerán inevitablemente entre los grupos de una misma ciudad caminando en una vía idéntica, una asamblea general anual podría reunir a los Espíritas de los diversos grupos en una fiesta de familia, que sería, al mismo tiempo, la fiesta del Espiritismo. Algunos discursos serían proferidos y serían leídas las comunicaciones más notables o apropiadas a la circunstancia.
Lo que es posible entre los grupos de una misma ciudad es, igualmente, entre los grupos directores de diferentes ciudades, siempre y cuando haya entre ellos comunión de visiones y de sentimientos; es decir, siempre y cuando puedan establecer relaciones recíprocas. Indicaremos los medios para eso al hablar del modo de publicidad.
19. Todo eso, como se ve, es de una ejecución muy simple, y sin engranajes complicados. Pero todo depende del punto de partida, es decir, de la composición de los grupos primigenios. Si están formados de buenos elementos, serán como buenas raíces que darán buenos retoños. Al contrario, si están formados de elementos heterogéneos y sin afinidad, de Espíritas dudosos, que se ocupan más de la forma que del fondo y consideran la moral como la parte accesoria y secundaria, se deben esperar polémicas irritantes y sin solución, pretensiones personales, choque de susceptibilidades y, en consecuencia, conflictos precursores de la desorganización. Entre verdaderos Espíritas, como los hemos definido, que ven el objetivo esencial del Espiritismo en la moral, que es la misma para todos, habrá siempre renuncia al personalismo, condescendencia y benevolencia y, en consecuencia, confiabilidad y estabilidad en las relaciones. He aquí el motivo por el cual hemos insistido tanto en las cualidades fundamentales.
20. Se dirá, tal vez, que esas restricciones severas son un obstáculo a la propagación. Es un error. No creáis que, al abrir vuestras puertas al primero que llegue, tendréis a más prosélitos. La experiencia está allí para demostrar lo contrario. Seríais acosados por la multitud de curiosos e indiferentes, que vendrían como a un espectáculo. Ahora bien, los curiosos y los indiferentes son obstáculos y no auxiliares. En cuanto a los incrédulos por sistema o por orgullo, no importa lo que les mostréis, no lo tacharán menos que de juglaría, porque no lo comprenden, y no quieren darse el trabajo de comprender. Lo hemos dicho, y no sería demasiado repetirlo: la verdadera propagación, aquella que es útil y fructífera, se logra por el ascendiente moral de las reuniones serias. Si sólo hubiera reuniones semejantes, los Espíritas serían mucho más numerosos de lo que son, ya que, se lo debe decir, muchos han sido desviados de la Doctrina porque sólo han asistido a reuniones fútiles, sin orden y sin seriedad. Sed, pues, serios en toda la acepción de la palabra, y las personas serias vendrán a vosotros: son los mejores propagadores, porque hablan con convicción y predican tanto por el ejemplo como por la palabra.
21. De la característica esencialmente seria de las reuniones, no se debe inferir que se deban proscribir sistemáticamente las manifestaciones físicas. Del mismo modo que lo hemos dicho en ElLibro de los Médiums (número 326), esas manifestaciones son de una utilidad indudable desde el punto de vista del estudio de los fenómenos y para la convicción de ciertas personas. Pero, para sacar provecho de las manifestaciones físicas desde ese doble punto de vista, se debe excluir todo pensamiento frívolo. Una reunión que poseyera a un buen médium de efectos físicos y que se ocupara de ese tipo de manifestaciones con orden, método y seriedad, cuya condición moral ofreciera toda garantía contra la charlatanería y la superchería, no solamente podría obtener cosas notables desde el punto de vista fenoménico, sino también produciría mucho bien. Aconsejamos, pues, fuertemente, no descuidar ese tipo de experimentación, si se tiene a disposición a médiums apropiados para eso, así como organizar, para ese efecto, sesiones específicas, independientes de aquellas que se ocupan de las comunicaciones morales y filosóficas. Los médiums potentes de esa categoría son escasos. Pero hay fenómenos que, aunque son más comunes, no dejan de ser interesantes ni muy concluyentes, porque demuestran, de una manera evidente, la independencia del médium. Entre esos fenómenos, están las comunicaciones por la tiptología alfabética, que frecuentemente dan los resultados más inesperados. La teoría de esos fenómenos es necesaria para poder darse cuenta de la manera con la que se llevan a cabo, pues rara vez traen una convicción profunda entre aquellos que no los comprenden. La teoría tiene, además, la ventaja de hacer conocer las condiciones normales en las que pueden producirse y, en consecuencia, evitar tentativas inútiles, así como de hacer descubrir el fraude si éste se insinúa por alguna parte.
Se ha pensado, equivocadamente, que éramos sistemáticamente contrarios a las manifestaciones físicas. Preconizamos y preconizaremos siempre las comunicaciones inteligentes, aquellas, sobre todo, que tienen un alcance moral y filosófico; porque solamente éstas tienden al objetivo esencial y definitivo del Espiritismo. En cuanto a las otras, jamás hemos discutido su utilidad, pero nos hemos levantado contra el abuso deplorable que se ha hecho y que se puede hacer de ellas, contra la explotación que hace la charlatanería, contra las malas condiciones en las que las manifestaciones físicas se dan, algo frecuente, y que se prestan al ridículo. Hemos dicho y repetimos que las manifestaciones físicas son el inicio de la Ciencia, y que uno no avanza al quedarse en el abc; que, si el Espiritismo no hubiera sobrepasado las mesas giratorias, no habría crecido como lo ha hecho y, tal vez, hoy en día, ya no se hablaría de él. He aquí el motivo por el cual nos hemos esforzado en hacer que el Espiritismo entrara en la vía filosófica, seguros de que, al dirigirse más a la inteligencia que a los ojos, tocaría el corazón, y no sería un asunto de moda. Es con esa única condición que el Espiritismo podía dar la vuelta al mundo e implantarse como una doctrina. Ahora bien, el resultado ha superado, en mucho, nuestra expectativa. Atribuimos a las manifestaciones físicas solamente una importancia relativa, y no absoluta; está allí nuestro error a los ojos de ciertas personas que hacen de las manifestaciones físicas su ocupación exclusiva, y nada ven más allá. Si no nos ocupamos personalmente de ese tipo de manifestaciones, es que no nos enseñarían nada nuevo y tenemos cosas más esenciales que hacer. Lejos de censurar a aquellos que se ocupan de eso, más bien, al contrario, los incentivamos, si lo hacen en las condiciones realmente provechosas. Cada vez, por lo tanto, que sepamos de reuniones de ese tipo que merezcan toda confianza, seremos los primeros en recomendarlas a la atención de los nuevos adeptos. Tal es, sobre esta cuestión, nuestra profesión de fe categórica.
22. Hemos dicho, al empezar, que varias reuniones espíritas han solicitado unirse a la Sociedad de París; se han servido incluso de la palabra afiliar. Una explicación sobre este tema es necesaria.
La Sociedad de París es la primera que fue constituida regular y legalmente. Por su posición y la naturaleza de sus trabajos, ha tenido una gran parte en el desarrollo del Espiritismo y justifica, según nuestra opinión, el título de Sociedad iniciadora, que ciertos Espíritus le han dado. Su influencia moral se hace sentir de lejos y, aunque la Sociedad es limitada, numéricamente hablando, tiene la conciencia de haber hecho más por la propaganda que si hubiera abierto sus puertas al público. Se formó con el único objetivo de estudiar y de profundizar la Ciencia Espírita. No necesita, para eso, ni un auditorio numeroso, ni muchos miembros, pues sabe muy bien que la verdadera propaganda se hace por la influencia de los principios. Como no está movida por ninguna intención de interés material, un excedente numérico le sería más perjudicial que útil. Por eso, verá, con satisfacción, multiplicarse, alrededor de sí, las reuniones particulares formadas en buenas condiciones, y con las que podría establecer relaciones de confraternidad. La Sociedad de París no sería ni consecuente con sus principios, ni con su elevada misión si pudiera concebir la sombra de los celos. Aquellos que la creyeran capaz de eso no la conocen.
Esas observaciones bastan para mostrar que la Sociedad de París no podría tener la pretensión de absorber a las otras Sociedades que podrían formarse en París o en otros lugares en base a los mismos procedimientos. Por lo tanto, la palabra afiliación sería inadecuada, pues supondría de su parte una especie de supremacía material, a la que la Sociedad de París no aspira, en absoluto, y que tendría, incluso, inconvenientes. Como Sociedad iniciadora y central, puede establecer con los otros grupos o Sociedades relaciones puramente científicas, pero a eso se limita su papel. No ejerce ningún control sobre esas Sociedades, que no dependen de ella de ninguna manera, y quedan enteramente libres para constituirse como juzguen conveniente, sin tener que rendirle cuentas a nadie, y sin que la Sociedad de París se inmiscuya, de ningún modo, en sus asuntos. Las Sociedades extranjeras pueden, pues, formarse sobre las mismas bases, declarar que adoptan los mismos principios, sin depender de otras cosas que no sean la concentración de estudios y los consejos que puedan solicitar, los cuales la Sociedad de París tendrá siempre satisfacción en darles.
La Sociedad de París, además, no se vanagloria de estar más que las otras a cubierto de las vicisitudes. Si tuviera a las otras Sociedades, por así decirlo, en sus manos, y por una causa cualquiera dejara de existir, al faltar el punto de apoyo, habría una perturbación. Los grupos o Sociedades deben buscar un punto de apoyo más sólido que en una institución humana necesariamente frágil. Deben extraer su vitalidad de los principios de la Doctrina, que son los mismos para todas las Sociedades y que sobreviven a todas ellas, estén o no esos principios representados por una Sociedad constituida.
23. Al estar claramente definido el papel de la Sociedad de París para evitar todo equívoco y toda falsa interpretación, las relaciones que establecerá con las Sociedades extranjeras son extremadamente simplificadas. Se limitan a las relaciones de carácter moral, científico y de mutua benevolencia, sin ninguna sujeción. Las Sociedades se transmitirán recíprocamente el resultado de sus observaciones, sea por la vía de las publicaciones, sea por correspondencia. Para que la Sociedad de París pueda establecer esas relaciones, es necesario que esté informada sobre las Sociedades extranjeras que desean caminar en la misma vía y adoptar la misma bandera. La Sociedad de París las inscribirá en la lista de las Sociedades y personas con las que mantiene correspondencia. Si hay varios grupos en una ciudad, estarán representados por el grupo central, del que hemos hablado en el párrafo 18.
24. Indicaremos, desde ahora, algunos trabajos en los que las varias Sociedades podrán colaborar de una manera fructífera. Más adelante, indicaremos otros.
Se sabe que los Espíritus, al no tener todos la soberana ciencia, pueden considerar ciertos principios desde su punto de vista personal y, en consecuencia, no estar siempre de acuerdo entre sí. El mejor criterio de la verdad está, naturalmente, en la concordancia de los principios enseñados en diversos puntos por Espíritus diferentes y a través de médiums que no se conocen entre sí. Es así como fue elaborado El Libro de los Espíritus. Pero quedan aún muchas cuestiones importantes que se pueden resolver de esta manera, y cuya solución tendrá tanta más autoridad cuanto haya obtenido una mayoría más grande. La Sociedad de París podrá, pues, si llega el caso, presentar cuestiones de esa naturaleza a todos los grupos con los que mantenga correspondencia, que solicitarán la solución de ellas, a través de sus médiums, a sus guías espirituales.
Otro trabajo consiste en las investigaciones bibliográficas. Existe un gran número de obras antiguas y modernas donde se encuentran testimonios directos, en mayor o menor grado, a favor de las ideas espíritas. Una colección de esos testimonios sería muy valiosa, pero es casi imposible que sea hecha por una sola persona. Se vuelve fácil, al contrario, si cada uno acepta extraer de esas obras algunos elementos en sus lecturas o en sus estudios y transmitirlos a la Sociedad de París, que los coordinará.
25. Tal es, en la situación actual, la única organización posible del Espiritismo. Más tarde, las circunstancias podrán cambiarla, pero no se debe hacer nada inoportuno. Ya es mucho que, en tan poco tiempo, los adeptos estén suficientemente multiplicados para llegar a ese resultado. Hay, en esta simple disposición, un marco que puede extenderse al infinito, por la propia simplicidad de los engranajes. No busquemos, pues, complicarlos, por miedo a encontrar obstáculos. Aquellos que aceptan otorgarnos alguna confianza pueden estar seguros de que no los dejaremos atrás, y que cada cosa vendrá a su tiempo. Es solamente a ésos, como lo hemos dicho, a quienes dirigimos estas instrucciones, sin la pretensión de imponernos a aquellos que no caminan con nosotros.
Se dice, para denigrar, que desearíamos hacer escuela en el Espiritismo. ¿Y por qué no tendríamos ese derecho? ¿El señor de Mirvil no ha intentado formar la escuela demoníaca? ¿Por qué estaríamos obligados a seguir a esta o a aquella persona? ¿No poseemos el derecho a tener una opinión, a formularla, a publicarla, a proclamarla? Si nuestra opinión encuentra a tan numerosos partidarios, es que, aparentemente, no se la considera desprovista de todo sentido común. Pero está allí nuestro error a los ojos de ciertas personas que no nos perdonan el haber sido más rápidos que ellas y, sobre todo, el haber tenido éxito. Que sea, pues, una escuela, ya que lo quieren así; nos daremos el honor de inscribir sobre el frontispicio: «Escuela del Espiritismo moral, filosófico y cristiano»; e invitaremos a todos aquellos que adoptan como suyo el lema: «amor y caridad». Aquellos que se reúnen alrededor de esa bandera ganan toda nuestra simpatía, y nuestra ayuda jamás les faltará.