Entre las diversas preguntas que el ser humano se realiza a lo largo de su vida cuando se tienen inquietudes espirituales destaca la cuestión de si existe vida después de la vida, y en el supuesto de que así sea, de qué forma y cómo se manifiesta.

En la historia de las religiones vemos coincidencias en el axioma de la transcendencia del hombre después de la muerte, pero existen profundas divergencias en cuanto a la forma de acceder a ese nuevo estado y cómo se vive en él. También la semántica en este tema, define de forma diferente conceptos que significan lo mismo pero a los que se denominan de distintas maneras.

Dando por supuesto que existe vida después de la muerte, lo que es exactamente cierto es que la misma no puede ser biológica de ninguna manera, pues la ciencia nos demuestra que cuando una persona fallece su cuerpo va desintegrándose hasta desaparecer por completo, disgregándose sus átomos hasta pasar a formar parte de la naturaleza, al igual que ocurre con cualquier ser vivo, planta, mineral u organismo que acaba un ciclo y se transforma.

De esta reflexión anterior se infiere que la parte del ser humano que sobrevive a la muerte no puede ser biológica, pero sí podría ser mental, psicológica, emocional o de otra índole. La complejidad del cerebro humano es tal que en pleno siglo XXI la neurología moderna sólo alcanza a comprender, y con un enorme esfuerzo; un 10% de su funcionamiento. Esto nos indica que si la mente humana tiene su lugar de “residencia” en el cerebro, cuando el cuerpo fallece la mente debería desaparecer igualmente.

Por ello, si alguna parte del ser humano sobrevive a la muerte ésta debería ser un compendio psíquico que no sólo abarque las facultades mentales, sino las emocionales, y psíquicas, ya que desde la aparición de la psicología moderna y el psicoanálisis posterior la ciencia acepta con rotundidad que la persona está formada por aspectos mentales, emocionales y psicológicos que nos diferencian de otros seres vivos. Y que todos estos aspectos no tienen un lugar de ubicación en ningún órgano biológico del ser humano sino que forman parte del ser integral, de la personalidad del individuo y lo diferencian por completo del resto de seres humanos. Desde antiguo se ha denominado de diversas formas (alma, espíritu, mente, etc.) a la parte no biológica que sobrevive a la muerte según las religiones. La preocupación del hombre por saber acerca del alma viene desde los albores de la historia. De hecho no podría comprenderse la misma sin los acontecimientos ligados o relacionados con las explicaciones de las religiones y la filosofía en todas las épocas de la humanidad, desde el antiguo Egipto, pasando por Grecia, Roma, el judaísmo, el cristianismo en occidente, el islam en medio oriente o el budismo e hinduísmo en Asia. En todas las grandes religiones monoteístas o politeístas existe definido el “daimon” de la antigua Grecia, que no es otra cosa que el alma humana o espíritu que sobrevive a la muerte. Las diferentes interpretaciones que dan las religiones a su forma de ingresar en la otra vida y cómo se desenvuelve en ella son cuestiones de debate pero en lo sustancial se coincide de forma sorprendente.

Dentro de la variedad de explicaciones existen unas más racionales, menos dogmáticas y que resisten el análisis de la razón y la lógica mejor que otras, sin que ello signifique que haya que creer en ellas al 100%. Una cuestión es creer y otra razonar y comprender la lógica de los planteamientos que nos llevan a deducir que el ser humano no aparece en la Tierra por generación espontánea sino que su desarrollo es fruto de su evolución no sólo física sino también mental, psicológica y espiritual.

Entre las múltiples teorías que podríamos destacar sobresalen fundamentalmente dos que explican como ninguna otras la lógica de la vida en el más allá, de dónde venimos y hacia dónde vamos, cual es el sentido de nuestro paso por la Tierra y qué nos encontraremos en ese “más allá” al que llegaremos.

La primera de ellas es la Reencarnación o “palingenesis “(nacimiento de nuevo) griega. Concepto que encontramos desde el antiguo Egipto, Grecia, India, China, etc.. El sentido de la reencarnación se enmarca en un concepto más amplio que permitiría al ser humano (en su parte transcendente, aquella que sobrevive la muerte) un proceso evolutivo de perfeccionamiento desde mundos primitivos a mundos evolucionados a través de las experiencias de muchas vidas en la tierra (siempre con forma humana) con el fin último de la perfección y por ende la felicidad.

La reencarnación también es aceptada no sólo por muchas religiones sino que está en la base de muchos movimientos espirituales y se acepta comúnmente como una ley que rige la evolución del espíritu humano. La ciencia ha estudiado igualmente la reencarnación demostrando fehacientemente su existencia en infinitos casos de reencarnación comprobada, terapias de vidas pasadas, casos de muerte clínica y vuelta a la vida, etc, y mediante el método científico más riguroso llevado a cabo por prestigiosos neurólogos, psiquiatras, médicos, entre otros: los doctores Raymond Moody, Elísabeth KlüberRoss, Helen Wambach, Hamendra Banarjee, Edith Fiore, Mª Julia de Moraes Prieto, Carol Bowman, etc.

Las manifestaciones psíquicas del XIX en Estados Unidos y los fenómenos de médiums en toda Europa despertaron el interés de un gran científico y pedagogo francés llamado Hipólito Denizart Rivail, que adoptó el seudónimo de Allan Kardec. Y, después de una investigación de años con multitud de médiums en diferentes países, se propuso la tarea de dar a conocer al mundo el resultado de sus investigaciones a través de la Codificación Espírita, compendio de varias obras que tratan del origen y naturaleza de los espíritus, de su relación con el mundo físico y las consecuencias filosóficas y morales que este conocimiento comporta.

Esta doctrina conocida como Espiritismo, es junto a la Reencarnación, la explicación más lógica y coherente que podemos encontrar acerca de la vida después de la vida y de la forma en cómo nuestra personalidad abandona de forma integral la vida física cuando se fallece y se incorpora a un mundo no tan diferente como el que tenemos en la Tierra, para seguir evaluando nuestro progreso, recomponer aspectos desviados del mismo y prepararnos para nuevos retos de evolución y desarrollo personal.

El espiritismo no se limita únicamente a dar explicaciones sino que a través de las comunicaciones con aquellos que nos precedieron en el más allá nos ofrece la valiosa información de las leyes que rigen la evolución del espíritu humano, y una de las más importantes es precisamente la reencarnación que junto a la ley de causa y efecto (similar a la ley del karma de los orientales) regula no sólo el proceso evolutivo del espíritu sino las consecuencias de las actuaciones del mismo en la Tierra y su repercusión en el “más allá” y en las próximas existencias en la Tierra.

Así pues, cotejando lo que las religiones nos han venido diciendo acerca de la sobrevivencia del espíritu después de la muerte, analizando las conclusiones de materias como la metapsíquica de Charles Richet en el XIX, o las investigaciones de Williams Crookes (ambos premios Nobel) la parapsicología de Rhine en el XX y revisando las investigaciones y métodos científicos que desde hace más de un siglo se vienen realizando sobre vida después de la vida, llegamos a un punto en el que la observación y el análisis nos llevan a aceptar como mucho más lógica la transcendencia del ser después de la muerte que la inexistencia de la vida después de la vida.

Esto significa que muchos fenómenos ahora no explicados por la ciencia tendrían una explicación racional, lógica y coherente si se valorara el estudio de la personalidad humana bajo el prisma de su supervivencia como ser integral después de la muerte del cuerpo físico. Afrontando este ángulo de investigación, algunos neurólogos ya los han llevado a cabo en sus estudios sobre terapias de vidas pasadas y han obtenido excelentes resultados para solucionar problemas psicológicos cuyo origen se remonta a las vidas anteriores de los individuos.

Se nos ofrecen pues los razonamientos necesarios para afirmar con rotundidad y desde la lógica, no desde la creencia que el ser humano sobrevive a la muerte mediante un proceso natural. Podemos afirmar sin duda alguna que somos espíritus inmortales inmersos en un proceso evolutivo que contempla etapas de desarrollo con cuerpo físico y otras sin él.

Para profundizar en cómo son esas etapas, de qué manera nos vemos afectados por las leyes que rigen este proceso y cómo podemos dirigir y forjar un futuro mejor, les invitamos a conocer el contenido del espiritismo de Kardec; en la seguridad de que encontrarán las respuestas lógicas y coherentes a muchas de las dudas existenciales que se hayan planteado alguna vez, así como el consuelo y la esperanza de la inmortalidad del ser humano y la confianza en la justicia divina.

La aceptación de estas leyes espirituales y la incorporación de las mismas a sus propios principios es algo que solamente compete a ustedes en el ejercicio de su libre albedrío y que, como no podría ser de otra forma, respetamos profundamente.

“El espiritismo, marchando con el progreso nunca se desbordará, pues si la ciencia demostrara su equivocación sobre un punto, se modificará sobre ese punto, y si una nueva verdad se revelara, la aceptaría.”

Allan Kardec. El libro de los Espíritus

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