Normalmente, cuando hablamos con alguien sobre el tema de la reencarnación, la objeción más común es “¿Y por qué, si nos reencarnamos, no nos acordamos de nuestras vidas pasadas?”, pues bien, esta refutación tiene los días contados. Las investigaciones científicas al res- pecto (Ian Stevenson, Erlendur Haraldsson, Brian Weiss, Moris Netherton, Carol Bowman, etc., son algunos de los más recientes investigadores) están mostrando evidencias objetivas de que sí tenemos ese recuerdo de vidas pasadas, sólo que está enterrado en nuestra memoria subconsciente, nuestra memoria extra-cerebral, que aflora bajo determinadas circunstancias especiales.

Toda vida y cada individuo son producto de una planificación biológica y espiritual. No venimos al mundo por azar sino, antes bien, por el más puro determinismo. Partimos del constructo filosófico y espiritual que nos dice que la vida no es un proceso aleatorio o casual que surja por una especie de combustión biológica espontánea, sino de un continuum existencial que se configura en una serie de etapas en nuestro mundo, adonde vamos   y venimos no por cómputo fortuito, sino en la proporción directa a nuestras necesidades evolutivas.

A la luz de la Doctrina Espírita hoy sabemos que así como existen las enfermedades físicas u orgánicas, igual- mente existen las enfermedades del alma o del espíritu, que a su vez repercuten en nuestra estructura celular, afectándola seriamente y provocándole diversas alteraciones anatómicas y fisiológicas de imprevisibles y dolorosas consecuencias. Esto es debido a la profunda y directa interconexión e interacción entre el espíritu y el cuerpo físico, a través de la estructura energética intermediaria denominada periespíritu por Allan Kardec.

La investigación científica sobre la reencarnación llevada a cabo por el Dr. Ian Stevenson, Profesor de Psiquiatría de la Es- cuela de Medicina en la Universidad de Virginia, es la más brillan- te. Específicamente, él ha investigado lo que se conoce como ‘recuerdo espontáneo de vidas pasadas’.

A primera vista, puede parecer que las razones contrarias al aborto provocado sean exclusivamente asunto de la religión. Una reflexión más cuidadosa, sin embargo, de- mostrará que dichas razones tienen raíces profundas en la propia ciencia. Así, para ser fieles a la verdad y discutir, sin las amarras obstaculizadoras del prejuicio, la compleja y multifacética cuestión de los derechos del embrión, es indispensable analizar los argumentos científicos contrarios al aborto.

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