El tiempo muchas de las veces se detiene y nos sirve entonces para rememorar las experiencias de nuestras vidas, que posiblemente han pasado desapercibidas sin llegar a valorarlas debidamente, a pesar de haber vivido multitud de situaciones con gran intensidad.

La ocasión en que Léon Denis, ese hombre de baja estatura, de voz grave, ojos azules, de grandes bigotes, con la barba blanca debido ya a su edad, salió de su casa para llevar a la imprenta la última parte de su manuscrito El Genio Céltico y el Mundo Invisible, fue el 31 de marzo de 1927 y no pudo imaginarse que ya no volvería a tener la independencia de movimientos de que había gozado durante 81 años, ya que el 12 de abril de 1927, en París, apenas unos días después, desencarnaría como consecuencia de las complicaciones de una neumonía. Este intervalo sirvió para analizar, evocar, recordar y añorar tantas vivencias que le enriquecieron y que también marcaron su vida.

Él, que había nacido en Foug (Francia) el 1 de enero de 1846, rememoró como su infancia había transcurrido en una vivienda modesta, custodiado por sus padres, con todas las dificultades que entonces su familia tenía para subsistir, debido a la inseguridad del trabajo de su progenitor José Denis.

Contando 9 años de edad, Léon Denis, que sólo había recibido la educación de su madre Ana Lucía, y tras lograr por muy poco tiempo el amparo y la enseñanza de un Maestro, el Sr. Haas, se vio obligado a dejar sus estudios por el constante traslado laboral del cabeza de familia.

Por fin, transcurrido un tiempo, la familia Denis se instala en Tours y Léon, con 16 años de edad, se emplea en una fábrica de loza para ayudar económicamente  al mantenimiento del hogar, teniendo la posibilidad de asistir a clases nocturnas. Más tarde, y con un gran esfuerzo, consigue un empleo en las oficinas de una empresa de cueros. Poco a poco, su responsabilidad se incrementa pasando a ser la base de la economía familiar.

En estos años, en los que había demostrado su inteligencia y dedicación, estudiando por las noches, se interesó por la geografía, la historia y las ciencias naturales, que le fascinaban, adquiriendo, dentro de sus posibilidades, libros y atlas, que le sirvieron para copiar mapas y planos con una gran destreza.

El año 1864 fue una fecha fundamental para su vida. Desde niño era muy aficionado  a  contemplar los escaparates de los  libreros.  Contaba  entonces 18 años, cuando despertó su interés una obra cuyo título “inusitado” y “turbador” decía EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. «Lo compré al instante y apuré su contenido, hallé en él una solución, clara, completa y lógica del problema universal. Mi convicción fue sólida, la teoría Espiritista disipó mi indiferencia y mis dudas», comentó en su día. Su madre, que vigilaba las lecturas que Léon Denis llevaba a cabo a escondidas, también fue partícipe del contenido del libro.

A partir de ese momento, cuando ya se realizaban veladas y reuniones sociales alrededor de una mesa para obtener fenómenos, puesto que también estaban de moda en Francia -como en Estados Unidos- las llamadas “mesas danzantes”, comienza su experimentación con algunos jóvenes amigos, buscando una confirmación sobre aquello que los espíritus a través de la Doctrina Espírita transmitían. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados y comprendió que había estado expuesto a los peligros de una mala práctica.

A mediados de 1867 Allan Kardec  programa  una serie de conferencias visitando Bordeaux, Tours, Orleans, que sirvieron para que Leon Denis participara en el encuentro de Tours. Kardec debía hablar sobre la “obsesión” y para ello se había alquilado una sala con capacidad para 300 personas, pero a última hora la Prefectura no autorizó la reunión y Denis fue designado curiosamente para orientar a los asistentes hacia la dirección del nuevo lugar donde por fin tendría lugar la conferencia.

Ese día Tours pasó a la historia por ser la ciudad donde el Maestro Kardec pronunció su única conferencia a la luz de las estrellas, ante más de 300 personas, que la escucharon de pie, en la finca de un amigo espiritista, y que marcó el futuro espiritual de Denis, que tuvo varios encuentros con Kardec en los años siguientes, cuando éste regresó de nuevo a su ciudad.

A partir de este momento, Denis crea un grupo mediúmnico del que fue secretario, aunque los resultados tampoco fueron suficientemente gratificantes, quedando interrumpido por la conmoción de la guerra provocada por la invasión alemana en 1870. Denis se alista en el ejército llegando a la categoría de subteniente, sin abandonar su vocación por los estudios y las lecturas.

Llegan las negociaciones de paz y Léon Denis se reintegra a su trabajo e ingresa en la Logia masónica de los Demófilos, donde se destaca por los temas presentados en sus conferencias, que en ese tiempo interesaban muchísimo por tratarse de argumentos como la Libertad y el Patriotismo.

Al mismo tiempo, continúa con su actividad con el grupo mediúmnico y poco a poco va desarrollando su psicografía y comienza a tener también manifestaciones de videncia. Más tarde y en diferentes sesiones, se expresan las entidades espirituales “Sorella” y “Durand” con el ánimo de apoyarle en sus estudios y consejos morales respectivamente, aunque es el apóstol checo, Jerónimo de Praga, quemado en el Concilio de Constanza en 1416, quien se convertiría en su guía espiritual durante 50 años llamándole “mi hijo” y Denis con sumo respeto “mi padre”.

Su trabajo comercial le obliga a partir de 1876 a viajar, realizando así el sueño de su infancia: ver otras tierras, otros hombres, otras costumbres, y aprovecha estas oportunidades para llevar su palabra suave pero severa, sencilla y clara, a muchas ciudades de Francia y el extranjero, iniciando así su apostolado. Se manifiesta como el más firme defensor de la tesis kardeciana   en todos los Congresos en los que colabora, ante las principales escuelas: teosófica, cabalista y rosacruces, entre otras, obteniendo un gran prestigio y despertando el aplauso entusiasta de los presentes.

En 1880 comienzan sus primeras publicaciones, relatando sus recuerdos de viajes en cuentos y novelas cortas que fueron muy aceptadas. Y seguidamente en 1882 inicia su labor de divulgador espírita participando activamente como orador y escritor que mantuvo de manera intensa durante más de 20 años. En 1889 asistió al Segundo Congreso Espiritista y Espiritualista Internacional. En 1900 estuvo presente en París en     el Quinto Congreso, siendo nombrado Presidente y también acudió, celebrado en Lieja (Bélgica) en 1905, donde ya era llamado “El Apóstol del Espiritismo”.

En el paréntesis de esos días, desconectado del exterior, evocó también la amistad que mantuvo con sus amigos Charles Richet, Arthur Conan Doyle, Camille Flammarion, Gabriel Delanne, Jean Meyer, etc., y su gran pasión, sobre la que tenía verdadera veneración, Juana de Arco, de ahí su libro al que llamó “mi hija”.

El instante de la alegría sabemos que es muy fugaz, pero él supo rodearse de sus gatos que le adoraban; de su música, que era fundamental a la hora de escribir sus conferencias; de su piano, donde él volcaba con mucha corrección viejas arias de ópera. Y añoró también que tuvo que renunciar a constituir su hogar, por asegurar el futuro material de sus padres, a pesar de estar enamorado de una joven dama, que le correspondía.

Debido al uso del quinqué de gas, que utilizaba con luz deficiente para sus estudios por la noche, sufrió la pérdida de visión y ceguera desde su juventud, apoyándose en la lectura Braille en sus últimos años, lo que no le privaba de su imaginación, que trasponía los mares, franqueaba los montes, evadiéndose así de los estrechos círculos en que vivía.

Su obra permanecerá latente en nosotros y máxime recordando una de las frases pronunciadas ante 5.000 personas, siendo Presidente del Congreso Espírita de París el 10 de septiembre del año 1925: «Fue gracias  a nosotros que los sabios entraron en nuestras vías, en el estudio del mundo invisible; fue gracias a nuestros estudios y a nuestras investigaciones. ¿Quién fue, en fin, quien habló en primer lugar, en los tiempos modernos, del fluido, de la mediumnidad, del cuerpo astral? ¡Fueron los espíritas!»

Obras de Léon Denis

  1. En lo invisible
  2. El porqué de la vida El camino recto Después de la muerte
  3. Cristianismo y Espiritismo
  4. El problema del ser y su destino Juana de Arco, médium
  5. El Gran Enigma: Dios y el Universo El Mundo invisible y la guerra Socialismo y Espiritismo
  6. El Espiritismo y el Arte
  7. El Genio céltico y el Mundo invisible

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