La presencia de la mujer en el mundo de las letras se hará especialmente significativa en España en la segunda mitad del siglo XIX. Así, junto a escritoras de talla incuestionable como Rosalía de Castro o Emilia Pardo Bazán, encontramos toda una serie de autoras cuya firma aparece con asiduidad en revistas y periódicos, cultivando todo tipo de géneros y temáticas. A pesar de ello, la mayoría han quedado relegadas al olvido, como en el caso de la polifacética y ciertamente muy valiosa Amalia Domingo Soler, considerada aún hoy en día un referente en los círculos espiritistas internacionales, pero desconocida para nuestra historia literaria.

Amalia Domingo Soler viene al mundo un 10 de noviembre de 1835 en Sevilla, y es bautizada en la Iglesia de San Roque, en el popular barrio de “los Negritos”. Un grave problema ocular, que sufrió a los pocos días de nacer, la dejó casi invidente. Se recuperaría parcialmente, pero padecería una debilidad de retina que la acompañaría durante toda su vida.

Sea como fuere, su madre se aplicó en la tarea de enseñarla a leer desde que tuvo dos años de edad, de tal modo que a los cinco leía ya correctamente. El interés que sintió por la literatura provenía, por tanto, de su primera infancia. Como reconocería años más tarde: «Desde niña atraían poderosamente mi atención las grandes librerías, y entraba en ellas con religioso respeto».

De constitución débil, exhibió sin embargo desde temprana edad un carácter fuerte y decidido a la hora de denunciar las injusticias sociales. Según ella misma recordaría tiempo después, en su adolescencia tuvo un encuentro en la catedral de Sevilla con un Deán que la recriminó por manifestar en voz alta su opinión acerca del atesoramiento de riquezas por parte de la Iglesia.

Sólo pudo cursar estudios primarios, pero demostró una gran precocidad, escribiendo sus primeros poemas a la edad de diez años y dándose a conocer a los dieciocho. A comienzos de 1858 aparecen igualmente varias composiciones suyas en la revista sevillana Museo Literario.

Hija única del matrimonio, la ausencia de su padre, que murió cuando Amalia contaba diecisiete años de edad, y el posterior fallecimiento de su madre, en junio de 1860, le hicieron padecer no pocas vicisitudes económicas. Al tocar a su fin la pequeña herencia paterna, las amigas de la familia le ofrecen las dos soluciones habituales en la época para cualquier mujer soltera y sin recursos: o bien entraba en un convento, para lo cual se comprometían a buscarle una dote, o bien contraía matrimonio de conveniencia, opciones que fueron desechadas por la autora, que pudo mantenerse en los límites de la pobreza gracias a la pensión entregada por unos familiares a cambio de prestarles servicios como costurera, profesión que ya conocía por haberla desempeñado junto a su madre. Como quiera que esta situación duraría sólo unos meses, cuando sus parientes le retiraron su caritativa asignación, no tuvo más remedio que abandonar Sevilla y aceptar la invitación de una amiga de la infancia para trasladarse a las Islas Canarias, donde residirá hasta principios o mediados de 1864.

A su regreso se dedica de nuevo a la costura como único medio de subsistencia. Pero, pensando que tanto su labor literaria como la confección de prendas serían mejor retribuidas en Madrid, decide trasladarse allí, donde pronto inicia su colaboración con la revista Álbum de las familias, en la que publica varios textos de temática bastante convencional en el año 1866. En una misma línea no rupturista con la tradición encontramos artículos suyos en la revista jiennense El Cero o en la madrileña El Amigo de las damas, alejados ideológicamente de las obras que la harán posteriormente conocida.

La continua dedicación al ejercicio profesional de la costura vuelve a resentir su vista, hasta el punto de quedar casi ciega. Desesperada, recorre innumerables consultas de médicos y atraviesa por una etapa de crisis personal en la que incluso llega a pensar en el suicidio. Sin medios económicos alternativos, se verá obligada a recurrir a la caridad a través de una sociedad filantrópica para poder subsistir.

Por aquel entonces, el general Joaquín Bassols, ministro de la Guerra, había creado la Sociedad matritense “Progreso Espiritista”, llamada más tarde “Sociedad de Estudios Psicológicos”, y el periódico El Progreso Espiritista, que se refundió tiempo después en la revista El Criterio, publicación que explicaba el perfeccionamiento del espíritu humano a través de las sucesivas reencarnaciones y la comprensión de las faltas cometidas en vidas pasadas mediante la expiación en la encarnación presente. Será entonces cuando Amalia Domingo Soler, que había buscado la verdad en diversas confesiones religiosas, quede fascinada con esta doctrina y considere que le ofrece la respuesta a todas las cuestiones trascendentales que se había planteado hasta ese momento.

A partir de ahí comienza lo que considera una nueva vida, asumiendo la carencia visual como una probable consecuencia de sus imperfecciones en existencias pasadas. Presa de una gran alegría, redacta un poema que envía rápidamente a El Criterio. El director de dicha publicación le enviará a su vez una carta de agradecimiento junto con un ejemplar de su libro Preliminares al estudio del espiritismo (1872). Se trataba del vizconde Antonio de Torres Solanot y Casas, reconocido espiritista de ideología progresista, que había participado activamente en la Revolución de 1868 y que, en el momento que podríamos denominar de escisión krausipositivista, optó por la tendencia emancipadora de izquierdas que se decantó hacia una reacción teosófica. Así, desde 1871,Torres Solanot se dedicó al estudio y propaganda del espiritismo, fundando varios periódicos y dirigiendo la “Sociedad Espiritista Española”. El encuentro entre ambos resultará decisivo en la vida de la escritora. Una vez establecida la conexión, pronto la acogería bajo su protección y patrocinio.

El primer artículo de esta temática redactado por Amalia Domingo Soler aparecerá en 1872 en la portada del nº 9 de El Criterio con el título de “La Fe Espiritista”. Entre ese año y 1903 la autora llegará a publicar más de dos mil textos sobre espiritismo, tanto en prosa como en verso, colaborando hasta el momento de su muerte en multitud de publicaciones espíritas.

Pero su salud se va a resentir una vez más, al seguir compaginando costura y escritura para poder sobrevivir, y el médico le recomienda una temporada de reposo tomando baños cerca del mar. Entre los numerosos destinos que las familias de la hermandad espiritista le ofrecen, elige Alicante, donde, junto con Jijona y Murcia, pasará unos meses hasta que, ya repuesta, regrese a Madrid en febrero de 1876. Su permanencia en la capital, no obstante, será más bien corta, pues el día 20 de junio de ese mismo año se trasladará de manera definitiva a Barcelona, aceptando la invitación hecha por parte de Luis Llach, presidente del Círculo Espiritista “La Buena Nueva”, para colaborar en los periódicos que difunden el espiritismo. Dicha sociedad estaba radicada en la casa que la familia Llach ocupaba en la entonces villa de Gracia, y la vinculación de la autora con aquella será tan estrecha, que su domicilio desde el 10 de agosto de ese mismo año quedará establecido en una habitación del primer piso del inmueble, vivienda en cuyo jardín redactará algunos de sus mejores escritos. Desde allí dirigirá también, por espacio de veinte años (1879-1899), la publicación periódica La luz del porvenir. Semanario espiritista, y desde 1894 será igualmente redactora jefe de Luz y Unión. Revista mensual, órgano de expresión de la asociación espiritista “Unión Espiritista Kardeciana de Cataluña”.

Amiga y admiradora de la también escritora Rosario de Acuña, con la que mantendrá relación epistolar y compartirá adscripción a las logias masónicas y colaboraciones en el periódico Las Dominicales del Libre Pensamiento, considera, como ella, que la instrucción pública es imprescindible para el progreso de la sociedad, y se dolerá del atraso en que vive España, del que culpa en gran medida a la Iglesia Católica. Su defensa de la enseñanza laica cristalizará en la apertura de una escuela bajo ese modelo educativo en el propio Círculo Espiritista “La Buena Nueva”, que pudo ser fundada gracias a los donativos de un millonario filantrópico adepto a las doctrinas espiritistas.

Mantendrá igualmente la autora, a pesar de lo opuesto de sus postulados ideológicos, una extensa relación de amistad con la también escritora y librepensadora sevillana Ángeles López de Ayala, residente como ella en la villa barcelonesa de Gracia. De sus años de colaboraciones cruzadas nos quedan, entre otros textos, los poemas que Amalia Domingo Soler dio al periódico de tendencia republicana El Progreso, fundado por López de Ayala en 1896, y también los publicados en el que ésta dirigirá a continuación, El Gladiador, que saldría a la calle a partir de 1906.

En septiembre de 1888 participa activamente como vicepresidenta y única presencia femenina en el comité organizador del primer Congreso Internacional Espiritista, que tiene lugar en la ciudad condal, con gran concurrencia y repercusión en la opinión pública.

En 1900 publicará Memorias del Padre Germán, recopilación de textos basados en lo que ella confiesa ser unas comunicaciones del más allá obtenidas a través de un médium llamado Eudaldo, y transcritas por ella misma. Cuatro años más tarde reincide en este tan peculiar género biografista de “ultratumba” y publica ¡Te perdono! Memorias de un espíritu (1904).

Sus últimos años de vida transcurrirán, con la salud muy quebrantada, hasta su fallecimiento acaecido a consecuencia de una bronconeumonía el día 29 de abril de 1909. Su entierro fue seguido por una gran comitiva fúnebre que acompañó el coche mortuorio desde su domicilio hasta el Cementerio del Sud-Oeste, en la falda del Montjuic. Recientemente, la FEE con la colaboración de diversos centros salvó su sepultura de ser destruida.

En el mismo año de su muerte aparece su libro Flores del alma (1909), conjunto de poesías amorosas escrito con motivo de la onomástica de su fiel criada Rosa Bertrán, y tres años después su libro autobiográfico póstumo Memorias de la insigne cantora del espiritismo Amalia Domingo Soler. Divididas en dos partes. La primera contiene lo que escribió en vida. La segunda y el prólogo que acompaña a la obra, fueron dictadas desde el espacio por ella misma a María, su médium.

Varios libros más aparecerán tras su desencarnación, entre los que se pueden destacar el titulado Consejos de ultratumba y el antológico Sus más hermosos escritos [d. 1909].Años más

tarde ve la luz Cuentos espiritistas [1926], antología que contiene, probablemente, los relatos más valiosos que salieron de su prolífica pluma. De hecho, sería definida en la época como «la única escritora espiritista de algún mérito».


Bibliografía

DOMINGO SOLER, A, Cuentos espiritistas, selección, prólogo y ed. de Amelina Correa. Madrid : Clan, 2002 (1ª ed. Maucci, Barcelona, s.f. [1926]).

DOMINGO SOLER, A, Cuentos espiritistas, edición anotada y posfacio de Amelina Correa, edición digital en “Una galería de lecturas pendientes”, Biblioteca Virtual de Andalucía [En línea:<http://www.bibliotecavir tualdeandalucia.es/opencms/ lecturas-pendientes/003-cuentos_espiritistas.html>]

RAMOS, Mª D, “Hermanas en creencias, hermanas de lucha. Mujeres racionalistas, cultura republicana y sociedad civil en la Restauración”. En: Arenal. Revista de Historia de las Mujeres. Granada: Universidad de Granada, vol. 11, nº 2, (jul-dic. 2004), p. 27-56.

SIMÓN PALMER, Mª C, “Amalia Domingo Soler, escritora espiritista (1835-1909)”. En: Romera Castillo, J. et al. (coords.), Ex Libris. Homenaje al profesor José Fradejas Lebrero. Madrid : UNED, 1993, vol. II, p. 731-744.

SÁNCHEZ ÁLVAREZ-INSÚA, A,“Viajando hacia el sur desde el plano astral: La escritora sevillana Amalia Domingo Soler nos envió sus memorias desde el Más Allá”. En: VV. AA., Escrituras del Sur: Italia-España-Italia-Magreb. Congreso internacional en Homenaje a Raffaele Nigro. Sevilla: Arcibel, 2009, p. 313-318

 

 

 

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