En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. La Biblia, Génesis 1:1-2
Estos son los dos primeros versículos de la Biblia que hallamos en el libro de Génesis y son muy significativos. Vemos aquí, según la visión judeocristiana, como Dios preside y dirige la Creación del Universo material con sus planetas, soles, galaxias, cúmulos de galaxias, súper-cúmulos y demás objetos del espacio exterior, «los cielos», y, en particular, de la Tierra. Nos habla de la Creación de la materia visible e invisible, de la conocida y desconocida, de la ponderable y de la imponderable, de la materia y de la anti-materia tal como se vislumbra hoy en día por la ciencia terrena. Vemos también como el espíritu 1 (de Dios) planea sobre todo ello, «las aguas», juntando, agregando, amalgamando, ordenando ese caos de materia primigenia, de gas y polvo estelar, moldeando en definitiva lo que vendría a ser nuestro querido planeta Tierra y sistema solar. Así tenemos aquí presentados los dos elementos básicos del Universo, de la Creación: el espíritu y la materia; juntamente con Dios, el creador, todo ello envuelto en un halo poético muy al uso de los tiempos y costumbres de los hebreos y pueblos orientales.
En El Libro de los Espíritus 2, inspirado por los Espíritus superiores, volvemos a encontrar estos dos elementos en la respuesta a la pregunta 27: «¿Habría, de este modo, dos elementos generales en el universo: la materia y el espíritu?: Sí, y por encima de todo eso Dios, el creador, el padre de todas las cosas. Dios, el espíritu y la materia son el principio de todo lo que existe, la trinidad universal...”» ¿Coincidencia?, ¿concordancia?, me inclino más por lo segundo al considerar que la Biblia en su conjunto está, también, inspirada por los Espíritus superiores, en este caso los espíritus guías del pueblo hebreo. Debe diferenciarse aquí entre el espíritu como elemento primario del Universo y el Espíritu como entidad diferenciada, única, hecha a imagen y semejanza de su Creador, imperfecta en su origen, pero susceptible de adquirir todas las perfecciones a través de los tiempos infinitos, siempre empujada por la Ley Divina del Progreso y atraída por el Foco Central de Dios.
Esos dos principios universales se han presentado casi siempre a lo largo de los tiempos como enfrentados y distantes. Y esa disociación u oposición entre espíritu y materia viene siendo objeto de debate desde tiempos remotos por los defensores de ambos bandos, los filósofos griegos de la antigüedad ya discutían sobre ello. Unos sosteniendo la supremacía del espíritu sobre la materia, otros negando la existencia del mismo y afirmando lo contrario. Eterno enfrentamiento de lo material y lo espiritual, de las sombras y la luz, del positivismo y del espiritualismo, de la materia y de la antimateria, de la energía y de la antienergía, que no lleva a ninguna parte. Debemos aceptar que son dos fuerzas del universo que se oponen y que se unen al mismo tiempo, se influencian y trabajan una sobre la otra y que van siempre unidas, al ser las dos originarias de una misma fuente, Dios. Dos tendencias que están irrevocablemente sentenciadas a convivir, en nuestro interior y a nuestro alrededor, y a entenderse, como un matrimonio bien avenido y dispuesto a buscar lugares de encuentro. Debemos buscar el equilibrio entre ellas, no dar más supremacía a una a despecho de la otra, sabiendo además que se necesitan la una a la otra. Una, la materia, para adquirir sus propiedades y mantenerse cohesionada dirigido por la otra, el espíritu, que a su vez la necesita para poder avanzar en su evolución.
A estos dos elementos habría que añadir un tercero que es el Fluido Cósmico Universal. Éste actuaría como intermediario entre el espíritu y la materia para que el primero pueda interaccionar con el segundo, al ser dos elementos disociados tan diferentes uno del otro. Sería como una especie de campo de algún tipo de fuerza que emanaría del espíritu, subordinado al influjo de la voluntad del mismo. Para comprender esto, a mí me ayuda el imaginarme un pequeño experimento de física: Se coge un imán, una hoja de papel y limadura de hierro y se coloca el imán encima de una mesa, por ejemplo; la hoja de papel encima y se espolvorea la limadura de hierro encima de la hoja. Vemos como la limadura de hierro (la materia) va formando líneas sobre el papel alrededor del imán (el espíritu) siguiendo las líneas de fuerza del campo magnético (el fluido cósmico universal) generado entre los polos negativos y positivos, concentrándose particularmente en los mismos. Repito que esto sólo es un ejemplo para ayudar a la comprensión del fenómeno, ya que probablemente la realidad sea mucho más compleja y de hecho lo sea.
Es gracias a la información aportada por los Espíritus superiores, que hoy conocemos la importancia de ese tercer elemento intermediario que viene a aportar alguna luz sobre cómo pueden interactuar espíritu y materia siendo tan dispares el uno del otro, el uno inmaterial y el otro “inespiritual”, si se me permite el neologismo. También lo encontramos a menor escala en el ser vivo, bajo el nombre de periespíritu, o cuerpo espiritual como lo llamaba el apóstol Pablo3, formado de la misma materia espiritual, cumpliendo la misma función de intermediario entre el cuerpo físico y el espíritu, revistiendo y acompañando siempre a este último por muy elevado que sea, con la particularidad de que, conforme a la elevación del Espíritu, se hace más sutil y menos denso.
Ese periespíritu sería, entre otras propiedades, el agente mediante al cual los espíritus pueden manifestarse y hasta revestirse temporalmente de materia, el ectoplasma 4 exudado por los médiums, para formar un “fantasma” visible al común de los mortales y por añadidura susceptible de ser fotografiado. Famosos son los casos de levitación, materialización de objetos, manos, caras y cuerpos enteros producidos con la ayuda de médiums, bajo el riguroso control de científicos de renombre, tales como W. Crookes, A. R. Wallace, C. Richet, C. Lombroso, C. Flammarion 5,T. G. Hamilton 6 y otros.
Los científicos, que no han estudiado el fenómeno a fondo, aún no han aceptado esas evidencias científicas como válidas, lo tachan de fraude por parte de los médiums que han conseguido engañar por medio de artimañas la buena fe de los colegas que lo han observado.
Y así seguimos, tras siglos y siglos de discusión, con la eterna división entre espíritu y materia, espiritualismo y materialismo ¿Será posible algún día aunar esas dos fuerzas en la humanidad terrena? ¿La ciencia oficial aceptará algún día la existencia del espíritu como fuerza real del universo? ¿Las confesiones religiosas aceptarán las conclusiones de la ciencia? Yo creo que sí y el Espiritismo, como ciencia de observación de esos fenómenos que pretende ser y como filosofía espiritualista que es, aboga por ello. Posiblemente no lo veamos en vida ninguno de los que estamos ahora aquí, pero llegará, no lo dudo, y como espíritus eternos que somos, lo veremos.
1 En algunas versiones de la Biblia, como la de Jerusalén, se emplea la palabra “viento”, expresión que volvemos a encontrar en los Evangelios cuando Jesús, dirigiéndose a Nicodemo (Juan 3:8) le dice: «El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, mas ni sabes de dónde viene, ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu». Un ejemplo entre otros que nos muestra que «viento» es utilizado muchas veces como sinónimo de espíritu.
2 KARDEC, A. Libro de los Espíritus, pregunta nº 27.
3 La Biblia, I Cor., 15:44
4 Ectoplasma: nombre con el cual Charles Richet designó una sustancia corporal, exudada por los médiums de efectos físicos en trance a través de los poros y diversos orificios del cuerpo.
5 FLAMMARION, C. Las fuerzas naturales desconocidas. Barcelona : Maucci, 1908?
6 Véase: Los archivos de T.G. Hamilton. [En línea <http://survivalafterdeath.blogspot.com.es/2011/07/los-archivos-t-g-hamilton.html>]