Ora, si no conozco la fuerza del lenguaje, seré como un bárbaro para aquel que habla y aquel que habla será como un bárbaro para mí.
Pablo (I Corintios, 14:11)
Jesús utilizó un dialogo adecuado a cada individuo y a cada público al cual se dirigió durante su trabajo mesiánico. Como conocía la realidad íntima de cada persona y las necesidades de la multitud, siempre encontraba la mejor forma de transmitir la enseñanza referente a la Ley Divina a todos cuantos le buscaban. Respetaba los límites de cada uno y utilizaba un lenguaje simbólico cuando no encontraba en los oyentes las condiciones oportunas para tratar objetivamente los temas abordados.
Con los doctores de la Ley, escribas, fariseos y sacerdotes, Jesús habló muy abiertamente y con cierto rigor, porque ellos decían que veían más que otros y recomendaban a los demás fardos, que ellos no tocaban ni con un dedo. Además, le urdían trampas para que se contradijera y tuviera al pueblo o a los romanos en contra de Él.
Una de esas situaciones se refería al divorcio, cuando ellos le preguntan si sería lícito al hombre dar a la mujer carta de divorcio. Cuando Jesús les respondió que no, le evidenciaron que estaba contrariando la Ley, pues Moisés había autorizado esa acción. Entonces Él, con paciencia, les aclara que Moisés hizo eso por causa de la dureza de sus corazones, porque en el principio no era así. ¿Qué principio? ¿El comienzo? ¿O el principio que sería la propia Ley Divina? O sea, el Maestro les proponía que consideraran que, por encima de la ley de los hombres estaba la Ley de Dios, que recomendaba que el más fuerte proteja al más débil en todas las circunstancias de la vida.
El caso de la mujer adúltera fue otra trampa que le habían preparado. Sus enemigos le pedían decidir entre la aplicación de la ley mosaica o la propuesta del perdón que venía pregonando. En cualquiera de las opciones, Él no quedaría bien parado. Creían que, finalmente, le habían puesto en una situación sin salida. Pero Él conocía la naturaleza humana. Creó un clima que inducía a la reflexión y finalizó el episodio pidiendo que tirara la primera piedra el que estuviera sin pecados. Hubo resistencia, pero, finalmente, todos se marcharon dejando a la mujer, por quien no tenían ningún interés real, tirada en la plaza. Pero él, que les amaba a todos, habló con ella como si fuera una hija y le brindó la perspectiva de la recuperación moral.
Por eso y mucho más, les advirtió más de una vez, como en Mateo, 3:7 y 23:33 o 23:15, diciendo «raza de víboras» y «¡Ay! de vosotros escribas y fariseos, hipócritas…». La culminación de su indignación fue cuando expulsó a los comerciantes y cambistas del templo, que mantenían contratos con los sacerdotes para hacer sus negocios allí. Pero no les tenía rencor, ni les deseaba cualquier tipo de mal. Al contrario, oró por ellos cuando pidió a Dios que, si fuera posible, le alejara el cáliz, que podemos entender como el dolor de ver a la humanidad, ante la luz que era Él, elegir a las tinieblas que advienen del apego a los intereses al campo de la materia, del predominio en el mundo material. Y, en el momento cumbre, pide a Dios perdón por ellos, porque no sabían lo que hacían.
Jesús no discriminaba a nadie. Atendía a todos los que le buscaban e iba al encuentro de los menos aceptados por los prejuicios de la época. Los pecadores, cobradores de impuestos y meretrices le merecen la más dedicada atención. Es lo que ocurre con la mujer adúltera, ya referida arriba, que Él no condena, sino a la que recomienda seguir sin volver a repetir el engaño.También le merece atención Zaqueo, el cobrador de impuestos que tenía la conciencia limpia, por saber que no causaba perjuicio a nadie; y el mismo Mateo, que pasó de colector a discípulo y, más tarde, a evangelista. Entre las meretrices, merece destacarse a María de Magdala, que revela la mayor transformación registrada por los evangelistas, al punto de que, dejando de ser bella y muy codiciada, termina su vida como leprosa después de servir a una comunidad de enfermos durante años, sin desfallecimiento.
En toda su labor mesiánica, Jesús utilizó, junto al pueblo, la curación como forma de atraer a la reflexión sobre los porqués de los dolores y sufrimientos a través de los diálogos, en los cuales se destaca la importancia de la fe que, en Su orientación, gana una dimensión no siempre observada. Cuando dice, por ejemplo, «tu fe te ha curado», no siempre está haciendo referencia a la creencia de la persona. En algunos casos se refiere a la fidelidad a la Ley de Dios, al hecho de haber ya cumplido con la expiación que le cabía en relación a la enfermedad que ahora finalizaba. En el caso específico de la curación del siervo del centurión, la fe gana dimensión de conocimiento. Ante la afirmación de que Jesús no necesitaba ir a su casa, que era indigna de Él, pues podía enviar a sus siervos, el Maestro declara que ni en Israel, o sea entre los judíos, había visto tamaña fe. Se admiraba de tal conocimiento, pues el centurión sabía que, así como él tenía siervos a su disposición, también Jesús contaba con ellos, y que eran Espíritus que estaban a su servicio. Era admirable en un romano, que normalmente adoraba a varios dioses, tener el conocimiento de la realidad espiritual como ocurrió con aquel militar, cuyo siervo fue curado sin que fuera físicamente hasta su casa. En el caso de la mujer cananea (Mateo, 15:22), la fe puede ser entendida como sinónimo de humildad: «¡Oh mujer! grande es tu fe», dijo el Maestro, después que la mujer se comparó con los perros que comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Jesús también aprovechaba las oportunidades provocadas por la reunión de la gente en función de las curaciones para enseñar por medio de las charlas, como en el sermón de la montaña (Mateo, 5) y el discurso que hizo dentro de la barca, cuando era apremiado por la gente en la playa.
Otro recurso muy utilizado con el pueblo fue el de las parábolas, que son más de treinta las mencionadas en los textos evangélicos. El término viene del griego parabole y significa: narración corta que contiene una enseñanza ética y moral. Mateo registra (13:34) que «todo eso dijo Jesús por parábolas, o sea, por medio de comparaciones, y no predicaba sin usar comparaciones». Compuestas con elementos de la vida diaria, de la cultura popular, estaban llenas de símbolos, que traían la esencia de la realidad espiritual para la relativa comprensión de las personas.Tenían la función básica de orientar las relaciones entre las personas. En sentido más profundo, las parábolas objetivan orientar la evolución del ser inmortal, partiendo de las experiencias concretas. Conducen a la indagación y reflexión, despiertan a los indiferentes y hacen vibrar el corazón. Sencillas y plenas de verdad a la vez.
Como son muchas, aquí solamente podemos citar algunos ejemplos, como la del buen samaritano (Lucas, 10:30), que enseña, cautiva, emociona, envuelve y evidencia quién es el prójimo. O la de los talentos (Mateo, 25:14), que invita a la constante superación de los propios límites al revelar verdades trascendentales, como la responsabilidad que es atribuida al que tenía diez talentos y recibió; el del mal siervo, que sólo tenía uno y no supo administrar el patrimonio divino, enseñando que el buen servidor era invitado a administrar. O aún el brillo peligroso, que es destacado en la higuera que se secó (Mateo, 21:18). Y la del sembrador (Mateo, 13:4), que es presentada en lenguaje popular y sencillo, pero de profunda significación hasta el punto de haber sido necesario explicarla a los discípulos. Son muchas. Citaremos solamente una más, la del trigo y la cizaña (Mateo, 13:24), que trata de la cosecha en el final de los tiempos, pero que sirve para todos los momentos, alertando de la importancia de cultivar el bien y aceptar a los demás como son, pues con el tiempo la cizaña se convierte en trigo, simbolizando la transformación de los Espíritus para el bien. Incluso aquellos que no aceptan el bien hasta el final de un ciclo de transformación del planeta en donde viven, serán trasladados a otros mundos inferiores en donde, algún día, despertarán. Esa parábola también tuvo que ser explicada a los discípulos.
Cuestionado por los discípulos (Mateo, 13:10-17), Jesús dijo que hablaba a las gentes por parábolas porque no podían comprenderlo todo, pero que a los discípulos les explicaría la esencia de las enseñanzas, pues ya estaban maduros para ello. A ellos, por lo tanto, reservaba las conversaciones más profundas y esclarecedoras, porque estaban invitados a seguir a Jesús
, pues Él les haría pescadores de hombres (Mateo, 4:19) y les daría la misión de ir y pregonar (Mateo, 10), donde el ir tiene el sentido de prepararse, de dedicarse al estudio, de burilarse interiormente, caminar al encuentro de los desafíos; y el pregonar, hacer el esfuerzo de auto superación, dedicarse a la vivencia del mensaje renovador de fraternidad universal, contribuir en el despertar de los demás por el ejemplo. Por eso ellos tuvieron que aprender, en esencia, las enseñanzas de Jesús con la comprensión de una única doctrina que objetiva el esclarecimiento espiritual, la revelación de que el Reino de Dios está dentro de cada uno, el amor a Dios y al prójimo como a sí mismo, así como la evolución, son leyes de la vida y se expresan en el ágape, o sea, la caridad, fuera de la cual no hay salvación.
Hasta hoy, siguen surgiendo libros en el intento de explicar el significado de las parábolas y muchas de las enseñanzas de Jesús, pues su comprensión demanda estudio, meditación e, incluso, elevación espiritual. Pues, a medida en que se evoluciona espiritualmente, cada uno amplía su capacidad de aprendizaje del significado más profundo de las palabras del Maestro, que, si traen un cuño simbólico en muchos momentos, en la esencia de su sentido, ofrece camino claro para la realización espiritual de cada uno, que necesita simplemente amar, pues toda la Ley y los profetas se resumen en eso. Ahí no hay ninguna simbología, solamente la exigencia de cada uno de vencerse a sí mismo para entregarse al propósito de su existencia, que es servir en nombre del Padre.