Cuando los responsables de la Revista me invitaron para escribir este humilde editorial me surgieron multitud de dudas al respecto de cómo reducir a unas pocas líneas lo que ha supuesto este XXV Congreso Espírita Nacional.

De nuevo, las emociones acumulándose y los sentimientos a flor de piel, incluso esos nervios en el estómago que nos han acompañado durante toda la organización del Evento y que traen a nuestra memoria los momentos vividos.

Los Congresos pueden ser muchas cosas, pero son ante todo un motivo para la alegría por lo que significan. En estos eventos se producen los tan necesarios y anhelados reencuentros con los hermanos de ideal, el intercambio de conversaciones enriquecedoras con compañeros llegados de diferentes puntos de nuestro país y del mundo entero, como ha sucedido este año, y son el marco imprescindible para compartir experiencias y conocimientos, recordar a los espíritas de ayer, de siempre y rendir homenaje a los que habrán de ocupar un lugar privilegiado en nuestros corazones y en la historia de los Congresos en nuestro país, como nuestro querido Juan Miguel Fernández, quien lleva un cuarto de siglo siendo la imagen de los congresos españoles.

Haciendo un poco de historia, historia que por cierto fue magníficamente recogida en la Exposición retrospectiva que organizó la Comisión de la Revista para nuestro disfrute en el Congreso, D. Rafael González Molina presentó los primeros estatutos de la Asociación Espírita Española, el 20 de octubre de 1981. Dicha asociación tuvo un papel fundamental para reunir a los espíritas dispersos por toda España que, hasta entonces, prácticamente se reunían en la clandestinidad. Posteriormente, en 1984 se fundaba la Federación Espírita Española, de la que D. Rafael fue presidente hasta el año 1997. En el año 1992 se celebra en Madrid el Congreso Mundial que dará paso al nacimiento del Consejo Espírita Nacional, para en el año 1993 celebrarse el I Mini Congreso Espírita en Montilla que sería el precursor de los Congresos actuales.

Son, por lo tanto, veinticinco años de Divulgación Espírita en España, de trabajo intenso, de ilusiones, de proyectos, de trabajos y tareas (unas concretadas y otras aún por concretar), pero, sobre todo de compromiso con la espiritualidad. Todo el buen hacer de cuantos han formado parte de esta federación a lo largo del tiempo se ha visto materializado en el evento de este año en el que, bajo el lema “EL ESPÍRITU DE VERDAD”, logramos reunir a más de 320 personas llegadas de todos los lugares, dejando patente el interés que despierta el aspecto moral del Espiritismo.

El nivel de todos y cada uno de los conferenciantes y de sus ponencias y seminarios hicieron que las emisiones en directo a través de Facebook y YouTube alcanzaran cifras históricas, con visualizaciones contadas por miles en todas ellas, lo que nos llenó de alegría al pensar en la inmensa labor divulgativa que, desde esos primeros congresos y encuentros, se estaba llevando adelante y de la cual vamos poco a poco viendo los frutos.

Hoy los congresos son espacios multidisciplinares con conferencias, seminarios, cursos, exposiciones. ferias literarias, firmas de libros, actividades de infancia y juventud, intentando alcanzar cada vez a un número mayor de personas, pues ya sabemos que la mayor caridad que podemos hacer es la divulgación de este tesoro que es el Espiritismo.

Acabo este editorial agradeciendo a cuantos han hecho posible año tras año la celebración de estos eventos, así como a todos los espíritas de ayer, de hoy y de siempre, sin los cuales no estaríamos aquí.

Y mientras nos ponemos en marcha con la mirada puesta en el XXVI Congreso Espírita Nacional, quisiera terminar con unas palabras del noble Miguel Vives, escritas en el nº 38 de “La Luz del Porvenir”, en 1896 para que nos sirvan de estímulo y de guía para nuestras actividades y nuestras vidas:

“Continuad en vuestra tarea empezada, hombres y mujeres de buena voluntad, sed los espiritistas los más ardientes obreros, de esa obra, que este es el deber de todo buen espiritista; unamos a esta caridad material, la caridad moral, que consiste en dar todo el valor que tienen las buenas cualidades de cada uno de nuestros hermanos, siendo ciegos y mudos para los defectos ajenos, solo ocupándonos de ellos cuando una necesidad sumamente justa lo reclame, no olvidando nunca en tales circunstancias el “corrige deleitando” sublime máxima que es necesario sea nuestra constante práctica.

Trabajemos en estas prácticas que sintetizan la moral de Cristo, el Señor y Maestro, amor, perfección y sabiduría infinita, tras el cual iremos en pos eternamente, para entenderle, compenetrarle más y más, para amarle y adorarle con toda la potencia de nuestro espíritu.

Adelante con vuestra obra empezada, espiritistas, y seres de buena voluntad, y que Dios os guíe, os desea vuestro hermano.”

Miguel Vives

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