Es mucho lo que se habla en la actualidad sobre el uso y el abuso de las redes sociales y la tec-nología, y su impacto social, psicológico y emo-cional en todos nosotros consumidores y usuarios de estas herramientas para la comunicación.
Al respecto del impacto en los jóvenes, tema para el que he sido invitada a escribir este artículo, hay el suficiente número de estudios fiables como para que el lector busque nutrirse de ellos y conocer los debates propiciados por psicólogos, psiquiatras, y otros estudiosos dedicados a profundizar y mostrar diferentes aspectos y consecuencias del uso de estas tecnologías.
Si paramos un momento para revisar la historia, todo nuevo avance, haya sido este el que haya sido, ha venido siempre acompañado de grandes dudas, generando amplísimas controversias ético-morales sobre las posibles repercusiones e impacto que el asunto en cuestión tendría a corto y medio plazo en la sociedad, cuando no en las costumbres.
Así que, el uso de las redes sociales y de las nuevas tecnologías no iba a escapar de estos debates, máxi-me cuando casi a diario leemos noticias relativas al mal uso y al abuso, así como las consecuencias en ámbitos tales como las relaciones laborales, socia-les, familiares, etc.
Aun así, y que conste que se trata de una opinión personal, creo que reducir este asunto a si tal o cual cosa es mala o es buena, es simplificar mucho, pues como sabemos, existen infinidad de matices que a menudo se nos escapan y cualquier tema, por pelia-gudo que nos parezca, presenta múltiples facetas; la mayoría de ellas positivas, pese a que a veces pueda parecer lo contrario.
No podemos negar que nuestra forma de relacionar-nos los unos con los otros ha variado sustancialmen-te de unos años a esta parte y que las redes sociales vienen a ofrecernos un nuevo marco, un entorno desconocido para muchos y que afecta sobre todo a los niños y jóvenes, que han encontrado en ellas una nueva forma de comunicarse entre ellos y con el mundo en tiempo real, de encontrarse con aquellos que les son afines y de crear comunidades globales con cientos, cuando no de miles de usuarios, mu-chos de ellos en ubicaciones lejanas, desconocidas e inaccesibles. Lejos quedaron los tiempos en que los grupos de amigos, de afines, se reducían al entorno más próximo: nuestros vecinos, los amigos del cole-gio, los compañeros de equipo...
Lejos quedaron los tiempos en que los grupos de amigos, de afines, se reducían al entorno más próximo: nuestros vecinos, los amigos del colegio, los compañeros de equipo...
Los niños y jóvenes de hoy en día están insertos en un mundo más complejo y global del que nosotros, sus padres, hemos disfrutado. Y esto, como no pue-de ser de otra manera, está generando en nosotros, padres y madres, miedos, inquietudes, dudas... Máxime cuando ya hay voces denunciando los as-pectos más nocivos y peligrosos de las redes socia-les: perfiles falsos, cyber delincuencia de todo tipo, acceso a contenidos para adultos, fake news, y un largo etcétera.
Sin embargo y lejos de pretender tener ni siquiera la razón, pues no soy experta en nada (vaya eso por delante), soy madre, y como tal creo que debemos apelar al sentido común que debe presidir todas las cosas, sobre todo cuando se trata de la educación de nuestros niños y jóvenes.
Para nosotros los padres, todo esto de la tecnología, de las redes sociales, de los juegos online, etc., supo-ne un reto educativo añadido al sin fin de cuestiones que las familias tenemos que abordar en los días ac- tuales.
Además, como padres y educadores espíritas sabe-mos que todo avance constituye una contribución de la Ley de Progreso a la que todos estamos abo-cados y que es sólo el uso bueno o malo de las cosas lo que las convierte en provechosas, redundado en un bien, en un progreso real o, por el contrario, en destructivas.
No está de más recordar que renacemos con el obje-tivo de evolucionar espiritualmente y que nuestros avances en el ámbito del conocimiento no servirán de nada si nos estancamos moralmente.
Dios ha permitido que llegásemos, por nuestro pro-pio esfuerzo, al actual estado de desarrollo tecno-lógico y científico para nuestro perfeccionamiento espiritual y las herramientas de las que hoy dispone-mos nos ayudan extraordinariamente para que así sea. Sucede que, como he señalado más arriba, todo se reduce al uso que hagamos de las cosas. Por lo tanto, la educación juega un papel tan relevante en este asunto como en cualquier otro.
Es muy importante, entonces, educar como lo hace-mos en todos los ámbitos a nuestros hijos para que estén protegidos y hagan un uso saludable de estos avances tecnológicos.
Humildemente, y por mi experiencia, esa educación no difiere en nada de otras cuestiones o aspectos que tengamos que abordar en el ámbito de la fami-lia. Trabajar la educación en los valores universales bastará para que sean trasferidos al buen uso de las tecnologías, de las redes sociales, etc.
Si hablamos frecuentemente y con total naturalidad con nuestros niños y jóvenes, sobre los peligros que se esconden detrás de estas tecnologías, de lo que es real y de lo que no lo es. Si nos disponemos noso-tros también a informarnos, a estar al día al respec-to del uso correcto de estas herramientas para po-der revertirlo sobre ellos, si somos capaces de poner límites, de marcar tiempos, si nos permitimos abrir espacios para el diálogo dentro del hogar, si les de-dicamos tiempo de escucha, de conversación y, so-bre todo, si les enseñamos a cerca de lo que son las sanas relaciones entre personas, el valor de la ver-dadera amistad y del respecto al otro y a sí mismo, de la importancia de la comunicación entre iguales, si les enseñamos a quererse y a amar incondicional-mente, estaremos procurándoles un buen antídoto y valiosísimas herramientas para conducirse en la vida en términos generales.
Juana de Àngelis nos recuerda en el libro “Adoles-cencia y Vida” que: “... los medios de comunicación también ofrecen valiosos instrumentos para la for-mación de la personalidad, y la conquista de recur-sos saludables, de oportunidades iluminativas para la mente y ennoblecedoras para el corazón."