A los veinte años del siglo XXI hablar de igualdad es una bendición a la vez que sigue siendo un reto.
Debido a nuestra condición de niños espirituales, cada cual, en su nivel de evolución, mezclados en este planeta gestacional, vivimos muchas desigualdades de diversos órdenes.
Lejos de entender el bien del todo, no hace más de un siglo, hemos creado reglas de sociedad donde se beneficiaban los más listos o ricos, según nuestros intereses y necesidades mundanas. Más lejos aún de entender las leyes cósmicas y naturales y, que somos seres perfectibles, llevamos varias generaciones ajustando las leyes de este mundo material a las verdaderas necesidades del espíritu en evolución, pero sin mucho éxito. Aún necesitamos añadir a nuestros calendarios días especiales para recordarnos la importancia de las igualdades: día de la mujer, del negro, de los animales, de la Tierra, del medio ambiente, del trabajador, etc. ¿Por qué esos días todavía no están consolidados como algo natural en nuestra sociedad?
Nuestras leyes son todavía mutables, ajustables a las nuestras necesidades mundanas, a las culturas o lenguas de cada país, pero aún a las necesidades individuales de poder y egoísmo.
Hace poco, en España, se ha publicado la ley de igualdad, una tentativa de igualar los derechos entre hombres y mujeres, poniendo en evidencia la urgente necesidad intrínseca de la búsqueda de la perfección y de la felicidad.
Pues bien, sabemos que las leyes de un pueblo están basadas en su cultura, historia y evolución; cuanto más duros son su pueblo más duras serán sus leyes; si aún es necesario que legislemos para que las leyes cósmicas puedan desarrollarse de manera fluida, queda claro todavía nuestra infancia espiritual. Hoy celebramos con mucha alegría la publicación de una ley de igualdad, pero deberíamos estar preocupados del porqué aún no están vigentes y enraizados en nuestro día a día. Aquí la visión tiene que ancharse más allá de la antropología o sociología.
Si miramos con una amplia perspectiva de la real vida, bajo un punto de vista de la reencarnación, todo toma sentido. Si un día estamos viviendo una experiencia en el arquetipo de hombre, mañana podremos estar en el de la mujer; alternando así el aprendizaje de empatía y amor al prójimo. No hay cómo no hablar de la justicia de la encarnación al hablar de igualdad y desigualdad social. Esa ley que nos pone en nuestro sitio cada vez que volvemos a la carne, colocándonos a prueba en diferentes cuerpos, razas, sexos, religiones, creencias, país y ¡mundos!
Dicha igualdad de oportunidad es para todos, no hay privilegiados, todos pasaremos por todas las experiencias que nos haga falta para aprender y evolucionar.
Nuestra visión sesgada de la vida, viciada en la materia, apegada solamente a la vida presente, nos limitada el entendimiento de la igualdad como oportunidad. La creencia de superioridad está vinculada la infantilidad espiritual, que nos hace creer que sabemos más que el otro, que llevamos ventaja en haber tenido más oportunidades de estudio, dinero, belleza, inteligencia, etc.
No existe en realidad diferencias o desigualdades, pero sin diferentes oportunidades, la de ser hombre o mujer, negro o blanco, cristiano o musulmán, rico o pobre, sanos o enfermos; hetero o homosexual, político o pueblo; la diferencia radica en la manera cómo afrontaremos cada dificultad de nos presentará en todas las inevitables experiencias en la carne y en la vida espiritual, el cómo y para qué buscamos soluciones a las oportunidades que nos presentan en esta vida.
La ley natural de la encarnación confirma nuestro deber de fraternidad para con todos, sean de consanguinidad, sea con los amigos, vecinos, para con todos. También nos da una mirada empática a uno mismo, sabiendo que el otro pasa por una experiencia que puede que ya hayas pasado, dándoles todo el soporte necesario y a nuestro alcance para que pueda superarlo; o bien pasaremos en un futuro, observando y aprendiendo de ello para prepararse debidamente.
¿Cuántos de nosotros estamos despiertos a las dos opciones?
Y no hace falta creer en la reencarnación para tener este sentimiento de justicia aflorado. Como es una de las leyes naturales está grabada en nuestra esencia, esa inquietud en busca de la felicidad, aunque muchas veces la entendemos mal en nuestras experiencias de prueba y error; al fin todos buscamos una sociedad más igualitaria, justa y equilibrada.
En este proceso de transición planetaria se hace presente la inquietud, el caos. Nunca en otras épocas se ha desarrollada tantas técnicas psicológicas como ahora. Esa era de la búsqueda de uno mismo, a través de la razón, está motivando las interacciones, lo que de verdad importa, activando el respecto hace todo lo que vive. Ecología, psicología, sociología, neurociencia, epigenética, espiritualidad, son los temas más vigentes en nuestra sociedad actual. Las religiones y doctrinas como instituciones cerradas y rígidas pierden su fuerza dando paso a la flexibilidad, a las experiencias extra-corpóreas, a la floración de mi yo interior, todo para la búsqueda de estar bien, sea en el cuerpo que sea como sea que pensamos.
Todas esas nuevas ciencias dan paso a una era del auto-conocimiento y del conocimiento más allá de la materia, de la verdadera esencia espiritual: de nosotros mismos, espíritus inmortales.
No obstante, no podemos cerrar los ojos y no hacer nada por el otro que pasa por pruebas duras, la neutralidad es una ilusión egoísta de que el otro debe sufrir sin recibir ningún apoyo o ayuda. Cada cual tiene su expiación y nosotros el deber de estar presentes para que esta sea más suave a la vez que educadora.
Esa empatía hacía a las pruebas del otra equilibra la balanza de la desigualdad, pues cuando compartimos el peso la carga se torna más ligera, no significa cargar por el otro, pero sí auxiliarlo en el camino, cargando con una parte, orientando de como cargar el peso de manera más efectiva o estando a su lado, motivándolo a seguir adelante.
Llegará el día que todos seremos igual, sin tener que legislar, ni peleas, todas las especies vivirán en armonía según sus necesidades y bajo el respecto de la caridad suprema. Las desigualdades irán desapareciendo de modo lento y gradual, de acuerdo con el ritmo de los esfuerzos individuales y colectivos hacia una sociedad más moralizada y desarrollada intelectualmente donde toda y cualquier forma de vida tiene el mismo valor y peso en este universo de amor del Creador.