Al introducirnos en el estudio sobre la existencia y sobrevivencia del Espíritu nos encontramos con la necesidad de observar diferentes enfoques que son causa de una divergencia de opiniones acerca de la naturaleza del alma, que fundamentalmente proviene de la aplicación particular que cada uno hace de esta palabra.

Según la visión materialista el alma es el principio de la vida material orgánica, considerándola efecto y no causa. Bajo este concepto se deduce que el alma no tiene en modo alguno existencia propia y cesaría al terminar la vida. Si nos preguntáramos por los fenómenos psicológicos, la respuesta ofrecida, siguiendo esta perspectiva, sería que son el resultado de la actividad funcional de los sistemas nerviosos del hombre, esto es, se trataría de un epifenómeno.

Consideran algunos, dentro de las ideas panteístas que el alma es el principio de la inteligencia, agente universal del que cada ser absorbe una porción. En el Universo no habría más que una sola alma que distribuiría su chispa entre los diversos seres inteligentes mientras durase la vida de éstos, sin embargo al morir, cada chispa retornaría a la fuente común fusionándose con el todo. Desde este punto de vista Dios sería considerado el alma universal y cada ser constituiría una parcela de la divinidad. 

Nos cuestionamos entonces ¿Dónde queda nuestra individualidad y la conciencia de sí mismo? 

Un enfoque espiritualista hará ver el alma como un ser moral distinto, independiente de la materia y que conserva su individualidad después de la muerte, causa y no efecto de toda y cualquier actividad intelectual, psicológica y moral del hombre. Sin embargo, una vez desprendida el alma del cuerpo en el fenómeno de la muerte, ésta seguiría un destino del cual el enfoque espiritualista deja ideas muy vagas. Para algunos, el alma tiene su destino definido después de la muerte yendo a un cielo beatífico o hacia un infierno sin remisión, teniendo algunos la posibilidad de una visita temporal en un purgatorio de donde podría salir hacia el cielo. Para otros, el alma duerme hasta el día del juício final, cuando irá hacia uno u otro, sin posibilidad del purgatorio. 

El Espíritismo viene a proyectar una luz al proclamar no sólo la individualidad y la inmortalidad del alma, sino evidenciando por la propia manifestación de los Espíritus que, después de la muerte del cuerpo, el alma sigue su progreso espiritual indefinidamente. 

La respuesta a la cuestión 76 del Libro de los Espíritus define a los Espíritus como los seres inteligentes de la Creación que pueblan el Universo fuera del mundo material, y que conservan su individualidad, incluso después de la muerte del cuerpo físico, sin perderla en ninguna situación. 

Son Obra de Dios, Su Creación, y se hallan sometidos a Su voluntad. Como Espíritus los creó a todos simples e ignorantes, con igual aptitud para progresar por sus acciones individuales. Los Espíritus, por lo tanto, tienen un principio, y si no lo hubiéran tenido serían iguales a Dios. Creados incesantemente, desde toda la eternidad, su existencia no concluye en modo alguno. 

Queda evidenciado, pues, que no son creados en el momento de la concepción física, alcanzando el grado máximo de su perfección con los esfuerzos personales, puesto que cada ser es objeto de igual solicitud por parte del Padre Creador. 

Tras la muerte del cuerpo físico, el Espíritu forma de nuevo parte de la población espiritual. Los Espíritus son, entonces, las almas de los hombres despojados de su envoltura corporal.

La conciencia del yo y la manifestación de la voluntad son pruebas de la existencia del Espíritu y su sobrevivencia queda revelada en un sin fin de comunicaciones mediúmnicas, de fenómenos anímicos, testimonios, mensajes transmitidos desde la vida espiritual. Al Espiritismo ha correspondido  acercar a los hombres, en la comprensión de seres interexistentes, cumpliendo así la tarea consoladora y esclarecedora que le estaba encomendada.

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